Entra en un vagón

domingo, 29 de enero de 2012

Vagón 21. Tú a Boston y yo a California

Elisa se quedó preñada a final de curso. Y lo que ocurrió en los meses posteriores fue que tú a Boston y yo a California, solo que ella se quedó en España y a mí me mandaron a Inglaterra, a una universidad privada. Me dejé organizar la vida y Elisa nunca me perdonó, en las cuatro cartas que todavía nos mandamos entre septiembre y febrero, que yo no tuviera cojones para enfrentarme a la situación, a mis padres y a los suyos.

Emprendí una huida como sólo se puede emprender a los 18 años. Me desentendí, es cierto, pero ella tampoco sabía lo que hacía. Me enteré que el 10 de febrero, días después de la última carta que me mandó, dio a luz a una niña a la que nunca conocí y nunca sentí como mi hija. Y ya no supe más hasta que la vi en el convoy. 

sábado, 28 de enero de 2012

Vagón 37. Oscuridad completa

El grito de Julia rompió el monótono sonido del tren. La mujer se despertó asustada.

—¿Qué te pasa? ¡Mierda! ¡Las luces! —El vagón estaba completamente a oscuras— Tranquila cariño.
—¿Mamá?
—Soy yo, mi vida. Estoy aquí. —Al intentar agarrar a la niña, ésta volvió a gritar y se alejó de ella.

—¿Está el tío Carlos? Dile que se vaya —Julia rompió a llorar—. Dile que se vaya, mamá.

—No está, cariño. No está. —La mujer alargaba sus manos intentando localizar a la niña—. No tengas miedo Julia, no soy mamá, soy yo. Era un sueño, mi vida. Estamos en el tren, ¿te acuerdas? Aquí sólo estamos Juan, tú y yo. Es nuestro vagón.

Julia cambió su llanto por unos gemidos ahogados y extendió sus brazos para encontrar los de la mujer.

—Ya, mi vida, ya… —al conseguir tocarla tiró de ella para abrazarla— No va a pasar nada, no tengas miedo. ¿Y Juan?

—No sé.

—¡Juan! ¡Juan! ¿Dónde estás, Juan? ¡Contesta!

La puerta del vagón se abrió. Apareció una sombra con una luz de linterna alumbrando la estancia.

—¿Están bien?

—¡No! ¡No estamos bien! —la mujer gritaba furiosa— ¡Se han fundido todas las bombillas y no encuentro a mi niño!

—Ha habido un fallo eléctrico, estoy llevando linternas a todos los vagones.

—¡Traiga esa linterna! ¡Hay que encontrar al niño!

—Está ahí, señora.

Juan estaba hecho un ovillo en uno de los asientos, con los ojos muy abiertos, no parecía molestarle la luz directa sobre sus ojos.

—¡Cariño! ¿Estás bien? ¿Te has asustado?

—No, no me he asustado. ¿Estoy castigado?

viernes, 27 de enero de 2012

Vagón 13. Sólo me hace falta un rumbo

Nadie suele fijarse que en los aviones no existe la fila de asientos número trece. Y a mí lo que más me cabrea es que me tomen por tonto; me revienta que pretendan que me crea que el catorce es el catorce. Yo sé la verdad; si no existe fila trece ya sabemos qué pasa con la catorce. Y no pienso callarme. Cuando me monté ayer en el avión le dije a la azafata que no aceptaría ser cómplice de esa mentira; que no comulgo con la idea de convertirlas en verdad gracias a una mayoría casual que vota por inercia. Ah, no. Conmigo que no cuenten para tragarme esas democracias.

Me da igual que toda la tripulación monte en cólera y que el capitán me eche del avión. El simple hecho de camuflar la fila trece justifica mi comportamiento. ¿Qué motivo impulsaría a un fabricante de aviones a hacer algo así? Está claro. A mí no engañan; es más peligroso viajar en el asiento de la fila trece. No es extraño pensar que habrá más posibilidades de accidente.

Por suerte este es un viaje sin prisas. No me ha molestado tener que optar por el tren porque de lo que se trata es de ver mundo, de sentirme libre. Mi madre dice que tengo que abrirme y arriesgarme para romper con mis manías y yo ni siquiera sé a qué manías se refiere. Sólo sé que merece la pena coger el tren sólo por las vistas. Aunque el continuo tra-ca-trá no me permita escribir la carta de reclamación a la compañía aérea, aunque vaya a tardar mucho más en llegar… Todo eso me da igual porque aquí estoy seguro. Me he fijado en los números de los asientos y estoy el rincón más alejado posible del asiento trece, justo enfrente de un simpático viejete que parece estar a punto de dormirse.

Y hace casi veinticuatro horas que no me da ningún ataque.

jueves, 26 de enero de 2012

Vagón 42. El abuelo

Aprovechando que su nieto está en el colegio, el abuelo entra en el cuarto del tren eléctrico, ve todas las composiciones corriendo armónicamente y enciende el ordenador. Vagones y locomotoras tienen multitud de cámaras y micrófonos para que, desde el ordenador, se pueda saber qué hacen las figuritas de dentro.

Más de diez minutos le ha costado localizar a Marta, el último regalo que hizo a su nieto. Está tumbada en un coche cama desnuda y con la mejilla sobre el pecho de otra figurita femenina también desnuda. Si hubiera encendido el ordenador un rato antes habría visto cómo las dos se amaban dulce, lenta, intensamente…

Ahora ve que la otra figurita se incorpora y busca algo en un neceser. Marta queda tumbada boca arriba y el abuelo piensa que es preciosa. La otra figurita empieza a pintarle las uñas de las manos y el abuelo decide apagar la cámara, dejarlas en su intimidad y buscar su tren en la maqueta.

Ve cómo se desliza por un extremo y sabe exactamente en qué vagón y en qué coche están. Ve, además, que en ese lugar está nublado y nevando, piensa que las dos figuritas merecen un día radiante y vuelve al ordenador para programar los cambios de aguja necesarios para llevarlas hasta el sol.

Cuando llegan al sol Ester ha acabado de pintar las uñas de las manos y los pies de Marta. Ha escrito cada una de las letras de su nombre en cada uno de los dedos y, viendo las uñas de los pies de Marta, se puede leer claramente E-s-t-e-r:

-Para que sepas que eres mía. Al menos mientras estés en el tren.

-Pues no quiero bajarme nunca.

miércoles, 25 de enero de 2012

Vagón 37. Un lugar en el espacio

¡Siete días! Siete días de oscuridad. Es lo que me ha dicho el maquinista que vamos a tardar en atravesar este túnel. ¿Qué haré con los niños en estos siete días?

Juan me preocupa. Está acostumbrado a vivir entre tinieblas, sabe que en la oscuridad no se oculta nada que no exista a plena luz, pero regresarán sus recuerdos, estoy segura. Y Julia… Julia tendrá miedo, el mismo miedo que siente cada noche y que le trae pesadillas.

He hablado con el camarero del vagón restaurante para que nos traiga la comida, no quiero andar con los niños por los pasillos en esta penumbra. ¿Aguantarán las bombillas? Si se funden será terrible.

Las estrellas en las ventanas los mantienen distraídos de momento, pero sólo han pasado unas horas. Tengo que pensar en un nuevo juego.

—¡Atención! Se aproxima una tormenta de meteoritos. Princesa Julia, dame las coordenadas correctas para que los podamos esquivar.

—¡Yo no tengo de eso! —Julia frunce el gesto y cruza sus brazos— ¿Y por qué tú eres Rey y yo sólo princesa?

—Dime números, tonta. Da igual los que digas.

—Tonto tú. No juego más.

No, no, no… esto no. Tengo que cambiar el juego.

—Niños, no peleéis. No hay tormenta de meteoritos, es el nacimiento de una nueva galaxia, mirad… ¿veis todas esas luces que parecen fuegos artificiales? Son nuevas estrellas y nuevos planetas. Mirad cómo buscan su sitio en el espacio, ¿lo veis?

martes, 24 de enero de 2012

Vagón 4. Eva

Eva sube al vagón 4 con el impulso del último aliento de una carrea que gana por foto finish. Justo cuando pone el pie en el tren, el convoy inicia su marcha. Justo cuando su mochila está completamente dentro, se cierra la puerta.

Eva se toma un momento para respirar mientras echa un ojo al interior del vagón 4 a través del cristal de la portezuela. No le gusta lo que ve: un vagón lleno de gente. Siente una súbita sensación de incomodidad al comprobar que la mayoría son hombres, hombres jóvenes. Todos de pie. O, al menos, no se ven los asientos. Eva piensa que se ha confundido de tren, que debe de haber subido a un tren de cercanías en hora punta en lugar del internacional con el que continuar su atropellado inter-raíl. Sea como sea ya está dentro y no le queda otra que esperar a la próxima estación para comprobar si está o no en el tren correcto. Que, está segura, no es su tren. ¿Cómo va a serlo si, definitivamente, no tiene asientos? Eva se gira para echar un ojo al vagón continuo, pero el cristal de la portezuela está tapado y ésta no se abre. Nada, tendrá que viajar en el vagón 4, ese vagón atestado de hombres cuya presencia se le antoja más que incómoda.

Eva decide quedarse allí, no entrar en el vagón. Al fin y al cabo tendrá que estar de pie y no debe haber mucha distancia hasta la siguiente estación. Echa una última mirada a través de la puerta y cambia de opinión. Eva entra al vagón 4 y se descuelga la mochila para sentarse junto a una anciana que está acomodada sobre una vieja maleta de piel, junto a la esquina. La anciana mira a Eva. Eva sonríe educadamente. La anciana vuelve su mirada al techo antes de soltar un suspiro. Eva no interpreta bien el gesto y se siente ofendida. Aún así se sienta a su lado; no hay mucho más sitio donde dejarse caer. Apoyada contra la pared, con la señora a un lado y la mochila flanqueando el otro, Eva se deja arrullar por el tren. No debería. Podría pasársele la estación. Pero no le importa. Se siente realmente cansada. Eva se duerme, sentada en el suelo del vagón 4.

lunes, 23 de enero de 2012

Vagón 21. Elisa

Se llamaba Claudia, pero la llamaré Elisa. Tenía entonces los labios todavía inexistentes y sonreía con todo el cuerpo para subsanarlo. Yo atesoraba algo más de acné que ella y paseábamos por los pasillos del instituto como quien se esfuerza en levantarse estoico de cada golpe. La adolescencia es un mal que dura cien años, como en mi caso. Nos besábamos a escondidas de los profesores, escondidos en las taquillas sin puertas (cosas del presupuesto) y retozando en el parque, donde nos mandaba a menudo el loco de mates. A retozar. Tiene gracia ahora, cuando se echa de menos.

domingo, 22 de enero de 2012

Locomotora. El revisor

Aquí en la locomotora hace un calor infernal y más atravesando este maldito túnel. Me recuerdan ambos a mi juventud. Fui maquinista de trenes de carbón, a vapor. Un trabajo duro y sucio. Cluroso y oscuro, como esta locomotora, como este túnel.

No soy como ese señoritingo del revisor que se pasea abotonado hasta la nuez de cabo a rabo del convoy, aparentando que se preocupa por los pasajeros. A veces las apariencias engañan. Cualquiera de los pasajeros sabe de qué estoy hablando.

viernes, 20 de enero de 2012

Vagón Restaurante. La primera vez

A Ester le han gustado las caricias de Marta frente al espejo y a Marta le ha gustado acariciarla. Luego Ester se ha vestido y ahora están las dos frente a frente en una mesa del vagón restaurante. Ester unta una tostada con mantequilla y se la acerca a Marta. Marta unta otra tostada y se la tiende a Ester. La mojan en el café con leche y se la comen mirándose con dulzura. Va a ser su primera vez. Cuando vuelvan a su vagón. Pero no tienen ninguna prisa.

Marta siente un deseo tierno y piensa en cuánto placer será capaz de arrancar del cuerpo de Ester y en cómo Ester exteriorizará ese placer. Ester, por su parte, siente emoción por el cuerpo de Marta. Será su primera vez y no siente ningún temor. Será fácil, mirarse, desnudarse, abrazarse y dejarse llevar.

Untan otra tostada con mermelada y se la intercambian.

Al acabar su desayuno, cruzan cogidas de la mano el vagón restaurante, saludan con su mejor sonrisa a una señora y dos niños sentados en otra mesa y avanzan hacia su vagón saludando a todos los viajeros con los que se cruzan. Y en las plataformas vacías entre vagones se arrinconan la una a la otra, se achuchan, se besan, se ríen… 

miércoles, 18 de enero de 2012

Vagón 88. Despertares

Me despierta un crepitar de altavoces, y una voz femenina que no parece enlatada dice —sensual, como una locutora de radio nocturna—, que en una semana entraremos en un túnel, del que tardaremos una semana en salir. Un nuevo chisporroteo pone fin al comunicado.

Una semana entera en un túnel; una semana más... Pero ahora no quiero pensar en eso, no quiero pensar en nada, se está tan bien aquí. Miro alrededor con una curiosidad lenta, perezosa: no hay nadie más en el vagón; el vagón de un tren al que no recuerdo haber subido. Lejos de inquietarme, me descalzo y me acomodo lo mejor que puedo.

El son suave de un antiguo bolero, al piano, me vuelve a adormecer. El asiento es confortable, huele bien, y se está caliente pese al gélido paisaje que pasa veloz al otro lado de las ventanas.

lunes, 16 de enero de 2012

Vagón 37. La coronación

La mujer de los juegos ha abierto la maleta de las sorpresas y ha sacado papel brillante y tijeras. Seguro que quiere que juguemos a hacer coronas, como la primera vez que la vi.

Yo estaba en mi habitación como siempre y ella estaba en la calle haciendo guirnaldas que regalaba a los niños que pasaban. Yo la veía desde la ventana. Yo siempre miraba por la ventana. Yo quería estar en la calle, pero estaba en mi habitación como siempre, mirando al paseo y a la gente que caminaba por allí.

Me escapé. Salí de mi casa sin que nadie me viera y me acerqué a ella. Me hizo una corona y me enseñó cómo se hacían para que pudiera hacer otra cuando aquélla se rompiera.

Mi padre tiró de mí y no pude despedirme de ella. Mientras cruzábamos la calle me daba azotes en la cabeza. Me castigó con la persiana bajada durante una semana. Los demás niños podían salir a la calle, yo no. Mi padre decía que era muy peligroso.

Ahora tampoco salgo a la calle, siempre estamos en este tren y también miro por la ventana, pero no me importa: Julia y la mujer de los juegos siempre están conmigo y es como si estuviéramos en la calle.

—¿Vamos a hacer coronas?

—No. Vamos a hacer estrellas y las pegaremos en las ventanas.

—¿Para qué? Yo prefiero hacer coronas.

—Para viajar por el espacio. Cuando tengamos las ventanas llenas de estrellas haremos coronas si quieres. Seremos los reyes del Universo. 

sábado, 14 de enero de 2012

Vagón Restaurante. Ectoplasma

Llevo semanas desquiciado. Supuse en un primer momento que habían sido los gritos de esos dos críos los que me crisparon, pero más tarde, en mi vagón, indagando en la grieta, me di cuenta de que era mi pasado con el fantasma lo que me hizo reaccionar de ese modo. Tenía que haber hablado con ella cuando la coca-cola y los cigarrillos, tenía que haberme atado a su etérea figura y no separarme otra vez como entonces. Ahora el ectoplasma no hace más que hurgarme dentro, con una mano acariciante de dedos incrédulos. ¿Acaso una vida es más importante que la otra cuando son la misma? Nunca debí marcharme. 

jueves, 12 de enero de 2012

Vagón 42. Trayectos y destinos

Marta descansa ante un café con leche en el vagón restaurante. Ha recorrido dos veces el tren de punta a punta buscando.

-Sé que hay un lugar para mí en este tren.

Marta, además de libre albedrío, tiene recuerdos. Por eso decidió tomar ese tren. Al verlo tan largo recordó los mercancías que pasaban junto al campo de su padre cuando de pequeña, en verano y libre de la escuela, iba a llevarle la merienda. Le gustaba contar los vagones.

Subió sin más al tren y, al oír el pitido del jefe de estación, se dio cuenta de que el tren no sólo la llevaría a su destino sino que dentro del tren estaba su verdadero destino. Sin embargo, debía seguir buscándolo.

Acaba su café con leche y vuelve a recorrer el tren. En dirección a la máquina y no ve nada que la llame. Vuelve hacia la cola. Uno de los últimos vagones es de coches-cama con pasillo a un lado y compartimentos cerrados al otro. Sobre la puerta de un compartimento ve una luz violácea. Llama con los nudillos y entreabre tímidamente la puerta corredera. El ruido de un aparato eléctrico se para y se oye una voz:

-Pasa, te estaba esperando.

Marta acaba de abrir la puerta y nadie en el compartimento. La voz venía de un pequeño anexo, lo justo para un cuartito de baño. El aparato era un secador y la voz, de una chica de su edad, veintipocos, que, recién salida de la ducha y envuelta en la toalla, se secaba el pelo frente al espejo:

-Me llamo Ester.

-Y yo Marta.

Ester sigue de espaldas a Marta y se miran a través del espejo. Se miran y los ojos verdes de Marta hablan con los ojos negros de Ester. Al fin Marta dice:

-Yo no lo he hecho nunca.

Y Ester responde:

-Yo tampoco.

Marta, sin dejar de mirar los ojos de Ester, le deshace el nudo de la toalla y la toalla cae dejándola completamente desnuda. Marta empieza a acariciar a Ester. Ester vuelve a darle al interruptor del aparato y sigue secándose el pelo.

lunes, 9 de enero de 2012

Vagón 37. Vestidos para viajar

La mujer separó la ropa que le valía a los niños del resto. Estaba satisfecha, todo era nuevo y de buena calidad, “para ir de boda” pensó.

Llamó al mozo y le entregó la caja en la que había guardado debidamente dobladas todas las prendas que no le servían.

—Todo esto no le vale a los niños. Por favor, devuélvaselo al señor y dele las gracias de mi parte. He hecho una lista con lo que me he quedado, es ésta —dándosela al mozo—, pregúntele cuánto le debo y si nos vemos en el vagón restaurante, dentro de una hora, para pagarle.

—Me dijo que se quedara con todo y que no quería nada a cambio, que ya no necesitaría el muestrario nunca más.

—Oh… Pero es una pena que toda esta ropa se desaproveche y a los niños no les sirve…

—Puedo llevarla al vagón 4, si no le parece mal, seguro que allí le viene bien a alguien.

—¿El vagón 4? ¿No es un vagón de carga?

—No. Viaja gente allí.

—Bien, llévela allí si quiere. Gracias.

La mujer cerró la puerta y se quedó mirando a los niños. Julia estaba feliz con su nuevo vestuario, Juan no dejaba de reír viendo a la pequeña girar sin parar.

Todo estaba saliendo bien, el tren era el refugio perfecto.

viernes, 6 de enero de 2012

Vagón 42. Esperando en el andén

Era el día de su cumpleaños. El niño había abierto todos sus regalos menos uno, el de su abuelo. Sabía que, como cada año, el regalo del abuelo iba a ser el más original. Lo palpó, lo miró y remiró, arrancó despacio el papel que lo envolvía y descubrió una cajita de la casa Faller, especialista en accesorios para trenes eléctricos. La abrió y vio una figurita que se ponía en pie:

–Hola, feliz cumpleaños. Soy Marta, una muñeca a escala 1/160 de ultimísima generación. Ni siquiera tienes que preocuparte por programarme. Tengo libre albedrío.

El niño no sabe lo que es el libre albedrío aunque, como ya no es tan niño, piensa en lo que haría con la muñeca si en vez de ser a escala 1/160 fuera a escala 1/1: esa melena rubia, esos ojos verdes... La coge con sumo cuidado entre los dedos, la lleva a la esquina de su habitación donde tiene la maqueta de tren eléctrico, la deja de pie en el andén principal de una estación secundaria y se queda mirando a ver qué hace.

Marta, por su parte, mira a su alrededor y, tras tomar conciencia de su situación, busca el banco más cercano, se sienta y observa: hay un automotor de dos unidades en la vía 1 con origen en esa estación al que quedan ocho minutos para salir. Y un cercanías de dos pisos entrando por la vía 3:

–Sé que he de coger un tren y no es ninguno de ésos. Cuando llegué el que me ha de llevar a destino lo sabré. Por un pálpito o por lo que sea.

martes, 3 de enero de 2012

Locomotora. El túnel

Aquí en el tren se dice que no hay dos túneles iguales. Pero es tan falso como que la nieve es roja, o que una pluma cae a plomo, o que este tren acabará. Porque todos los túneles son iguales, excepto uno. Tardaremos aún siete días en llegar, y luego siete días en atravesarlo. Hay muchos viajeros a los que no les importa, pero yo siempre tuve miedo a la oscuridad.