Entra en un vagón

lunes, 30 de abril de 2012

Vagón 43. Un hombre extrañamente misterioso

El hombre se movía con sigilo, iba por el pasillo mirando en uno y otro departamento, como si buscara a alguien. Vestía una gabardina clara que le llegaba casi a los pies, con las solapas subidas hasta las orejas, dejando a la vista su pelo rubio y ralo. Llevaba las manos metidas en los bolsillos; en uno de ellos se marcaba un bulto que bien podría ser la culata de una pistola. Cuando entró en el vagón 43, ella se puso de pie y le dijo, muy enfadada, que aquel era un lugar privado y estaba prohibido el paso.

La miró fijamente, con una sonrisa meliflua en los labios y ojos grises y fríos. Pareció que iba a decir algo, pero cambió de idea y mirando a un lado y a otro, como si buscara de nuevo a alguien, abrió su gabardina y le mostró su cuerpo desnudo, con su pene erecto y tembloroso.

Ella se sorprendió, era lo último que se esperaba; luego le dio un ataque de risa, le señalaba con el dedo y se reía tanto que las lágrimas brotaron de sus ojos. Volvía a señalarle y volvía a reírse.

El hombre la miró sorprendido, aquella alegría fue desapareciendo de su polla, dejando paso a un mísero colgajo de piel morada. Cerró su gabardina, volvió a mirarla, esta vez casi con odio. Y desapareció entre las sombras.

Ella aún se está riendo.

domingo, 29 de abril de 2012

Vagón Restaurante. Raciones de problemas

—Yo quiero un escalope.

—No nos queda carne.

—Entonces una chuletas.

—He dicho que no nos queda carne. Nada de carne.

—Es muy pequeña. —La mujer de los juegos acusaba con la mirada a la camarera—. Dígame qué tiene y que elijan.

—Coliflor y patatas.

—¿Fritas? —A Julia se le iluminaron los ojos.

—La coliflor no, hervida. Las patatas como quieras.

La mujer de los juegos volvió a mirar a la camarera. Ésta entendió la pregunta.

—Hasta que no paremos no podremos repostar, la comida empieza a escasear, sí.

—¿Y cuándo pararemos?

—En cuanto el maquinista nos diga cómo.

—Traiga tres raciones de comida, por favor. De lo que haya.

Sabía que algo no iba bien, lo sabía. Pero hace ya un rato que me ha parecido que el tren va más despacio. Todo se solucionará, seguro.

—¿Sabéis qué haremos? Un bosque de coliflor. Un bosque nevado. Y las patatas serán las rocas. Descubriremos que hay bajo la nieve, ¿vale?

—¡Vale! —respondieron al unísono los dos niños.

—Mamá… —Juan parecía no saber cómo decir lo que quería decir —. Cuando paremos…

—Dime.

—¿Podré llamar a mi padre para que sepa que estoy bien? 

sábado, 28 de abril de 2012

Vagón 42. Galletas María

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Ester y Marta van cogidas de la mano y dando saltitos por el pasillo del tren hacia el vagón restaurante. Están contentas porque por fin el tren ha logrado parar y aprovisionarse. Así podrán –piensa Ester–hincharse de calorías para poder dedicarse a lo suyo.

Han pasado varios días racionándose también los cuerpos la una a la otra. El revisor, que las aprecia, fue a verlas el día antes. Como no quería interrumpirlas en plena faena se detuvo un momento a escuchar desde detrás de la puerta del compartimento, las oyó hablar y dedujo que estaban sentadas. Llamó con los nudillos, abrió la puerta y se las encontró efectivamente sentadas una junto a la otra, cogidas de la mano y con Marta apoyando la cabeza en el hombro de Ester:

-Buenos días, señoritas.

Se incorporaron y dijeron las dos al unísono:

-Buenos días, señor revisor.

-Les traigo una botella de agua mineral y una bolsa de galletas María.

Ester, que había quedado convencidísima de las explicaciones de Marta sobre la necesidad de ahorrar calorías, dijo:

-Preferimos que se las dé a los niños, que gastan muchas calorías correteando por los pasillos del tren, ¿verdad, Marta?

-Sí, señor revisor.

-A los niños ya les he dado y aún quedan algunas cajas de galletas que hemos guardado como última reserva. Así que éstas son para ustedes.

Las dos al unísono:

-Pues muchas gracias, señor revisor.

Entonces Ester preguntó:

-¿Es verdad que el tren no puede parar porque el maquinista está enfermo y nadie sabe cómo funciona la locomotora?

-Sí, señorita.

-¿Quiere que vayamos nosotras y empecemos a tocar botoncitos a ver si para?

-Ya hemos probado de todas las maneras.

Pero ahora ya está todo arreglado. Por fin lograron que el maquinista, a pesar de estar enfermo, explicara cuál era la palanca precisa para detener el tren. Y Ester y Marta siguen dando saltitos por el pasillo del tren. 

jueves, 26 de abril de 2012

Vagón 72. Miguel (3)

Puta vieja. ¿No tendrá nada mejor que hacer que darme el coñazo?

–… y mi hija, la pequeña, Luisa se llama, la tengo estudiando “noséquécosa” de ésas, de los ordenadores de ahora, cosas de esas modernas y ¡muy complicadas! Que yo muchas veces le pregunto, por saber cómo le va , pero la verdad es que no sé ni lo que me dice, que a mí me da igual, porque yo lo que quiero es que sea feliz, y digo yo que qué más da, que antes la mujer solo tenía en mente el casamiento, y la que quería estudiar, pues oye, ¡solterona se quedaba! Que cada una es muy libre y, la verdad, si no encuentras marido, pues bien está que estudies y te busques la manera de ganarte las habichuelas, porque una vez casada, ¡madre mía! ¡olvídate de nada que no sea tu marido, tu casa y tus hijos!, que no tiene nada de malo eso, no señor, que yo no estoy en contra, que la que quiera dedicar su vida al marido, pues muy bien, pero hay más cosas y obligar a una pobre criaturica que no sabe lo que es la vida… 

Tengo que hacerme como sea con un asiento en primera clase. Este tren debe tener coche-cama o incluso compartimentos privados. Tengo que averiguar dónde y hacerme con uno como sea.

–…que es lo que yo he dicho siempre, porque siempre lo he dicho, ¿eh? No se vaya a pensar que yo era de esas mujeres modositas que agachan la cabeza delante del marido y no dicen una palabra más alta que otra, no, ah no, de eso nada, yo si he tenido que decirle a mi Juan, “oye Juan, que eso no está bien”, pues se lo he dicho, y santaspascuas, ¡faltaría más! Que una cosa es una cosa y otra muy distinta es que el marido te dé mala vida, ¡eso sí que no! Que conozco yo un caso, de una conocida mía, que está muy feo decir nombres, que no se vaya usted a pensar que yo soy de esas que se va de la lengua y está todo el día asomá a la mirilla, que no, pero mi amiga la Marielena, ¡ay! ¡Que ya se lo he dicho! Pero qué más da si usted no la conoce! Pensará usted que soy medio boba! Jijijiji pues eso que digo yo que estas cosas hay que decirlas, sí señor, y denunciar a esos sinvergüenzas, esos cobardes que no tienen hombría ni tienen ná, ¡ay, si a mí me pone una mano encima un hombre, ay! ¡pobre de él!… 

En cuánto vea al revisor le preguntaré. Seguro que le convenzo fácilmente para que me proporcione uno de esos reservados. Con el pago adecuado todo se puede conseguir y tiene pinta de ser de los que te consiguen cualquier cosa que pidas si aciertas con el precio. Joder, qué ganas de perder de vista a esta gente.

–…y yo le decía, chica, de verdad, que en Santa Marta nos conocemos todos, ¿tú crees que si él te pusiera los cuernos no lo sabríamos ya medio barrio? Porque otra cosa no, pero mira que si quieres que algo no se sepa no lo hagas, o no lo digas, que esa es otra, que he tenido yo angustias de esas mías, de esas que se te meten en el estómago y te lo cierran y no te dejan comer, ¡con lo que a mí me gusta comer! Que me acuerdo yo cuando mi madre preparaba esos guisos, ¡ay, qué guisos!, debe de ser cosa de los alimentos, hoy día ya sabe, lo dice todo el mundo, nada sabe igual que antes, ¡nada! … 

Necesito un café.

–Disculpe señora, tengo que ir al baño. 

martes, 24 de abril de 2012

Vagón 44. Buenos días

De vuelta del aseo la niña echa una ojeada a la mujer del vestido negro. Ha dejado la puerta de su compartimento abierta. Le gustan las arrugas que tiene alrededor de los ojos. Ella misma no las conserva ya. Ni siquiera cuando hace un gran esfuerzo por sonreír y aprieta los párpados hasta que ve estrellitas blancas como por dentro le salen arrugas.

–Disculpe.

A la mujer de negro le sorprende la interrupción. Le sorprende también el tono adulto de la niña.

–¿Puedo sentarme un momento con usted? –La otra vuelve la cabeza hacia ella pero continúa con los ojos cerrados. Sonríe y más arrugas finísimas se le forman en el rostro, alrededor de los labios descoloridos sobre todo, pero no sólo allí.

–Por supuesto.

–Mi nombre es Yamila.

–Es un bonito nombre.

La niña dudó un momento antes de continuar. Se alisó la falda con mucho cuidado y balanceó los pies sobre el suelo traqueteante. 

domingo, 22 de abril de 2012

Vagón 37. Sólo Juan y Julia

La mujer había visto que en el tren viajaban más niños. Pensó en invitarlos a su vagón para que también pudieran jugar; desechó la idea al instante. Su atención debía centrarse en Juan y Julia. Todo había cambiado, su misión ya no era la de alegrar durante un rato. Había sido muy gratificante ver todas aquella sonrisas a cambio de tan poco: un truco de magia, una manualidad, un cuento…

No tardó en darse cuenta de que muchas veces las sonrisas enmascaraban miedos. Los niños no deberían tener miedo nunca. A nada. A nadie.

Juan y Julia fueron los elegidos. Había que desconectar el radar y olvidar al resto. Juan y Julia necesitaban toda su atención. Escuchar la risa de Julia mientras Juan le mordisqueaba los pies le confirmaba que todo iba bien. Sus niños estaban alejando al miedo.

Y el tren parecía ir más despacio. Sí, todo estaba saliendo bien.

sábado, 21 de abril de 2012

Vagón 72. Adrián (2)

Un estruendo irrumpe en el vagón. Gritos, chillidos y perjuros se oyen por todas partes. Y por encima de la algarabía una voz totalmente desafinada que atruena con algo semejante a una canción:

–“TENGOooOo UNA MUÑECA VESTIDAAAaaAAAa DE AZUUUUUuuuL”

Los llantos de los niños se agolpan contra la pared, como sus cuerpos, desconsolados.

Una ráfaga de viento congela la escena un instante. Al segundo siguiente un joven, sale no se sabe bien de dónde y consigue, no se sabe bien cómo, que su voz, melodiosa, se escuche por encima de la vorágine:

–“¡Vamos niños, hagamos un corro!”

Su cuerpo se interpone entre los niños y el cuerpo semidesnudo de mirada desencajada que no deja de cantar:

–“COooN SU CAMISIiiiiTA Y SU CAAA-NEEE-SUUUUÚ”

El joven sonríe mientras gira y gira. Su voz se entrelaza con la del enajenado, se apodera de ella y se impone. Ya solo se le oye a él:

–“La saquéeeeea paseoooooseme cons-ti-póooooo”

Los llantos empiezan a calmarse. Adrián, no presta atención a nada más. Solo canta y gira, gira y canta, mientras coge de la mano a los niños, que presa del hechizo comienzan a cantar, uniéndose a su voz:

- "La tengoenlacamaaaaa con muchoooooo-dooooo-loooooor"

Ya nadie recuerda por qué este joven se puso a cantar y a bailar con los niños del vagón 72. Solo les queda esa sensación de haber vivido un momento mágico, en el que todos juntos hicieron una gran rueda y pasaron una mañana de cantos y juegos:

-“El patio de mi caaaaaa saaaaa es particulaaaaaaaar”

viernes, 20 de abril de 2012

Vagón 42. Castidad

Ante la escasez de comida, Marta y Ester han decidido racionar también la expansión de sus cuerpos para ahorrar calorías y hacerlo sólo una vez al día antes de la siesta. Están sentadas frente a frente, Ester apoya la cabeza en la ventanilla y, como aún es primera hora de la mañana, pregunta:

-¿Y mientras tanto qué hacemos?

-Pues de momento, quedarnos vestiditas porque si nos desnudamos nos vendrán las ganas. Tampoco podemos darnos besitos y caricias porque también nos vendrán las ganas. Entonces podemos hablar; pero de cosas dulces, no de lo que nos gustaría hacer ahora.

Ester se queda pensando y dice:

-Pero cuando el tren pare y ya haya comida podemos estarnos un día entero haciéndolo, ¿o no?

-Si te acabo de decir que no hablemos de lo que nos gustaría hacer, que me vienen las ganas y hemos de aguantar hasta después del mediodía…

Ester vuelve a quedarse pensando y dice:

-Si el tren no puede parar y nos morimos de hambre, yo me quiero morir abrazada a ti.

-Tampoco hace falta que te pongas trágica.

-Pero si es verdad. Y quiero que me cierres los ojitos.

-¿Y a mí quien me los cierra?

Ester vuelve a pensar y acaba diciendo:

-Tú me los cierras a mí, luego yo te los cierro a ti. Y después, nos abrazamos bien fuerte y ya nos podemos morir tranquilas. Pero antes nos vestimos para estar decentitas cuando nos encuentren.

A Marta le da la risa y contesta:

-Ah, no. Si nos morimos abrazadas quiero que estemos desnudas para sentirte el máximo de piel en mi piel. Y que nos encuentren como nos encuentren. 

jueves, 19 de abril de 2012

Vagón 42. Ante el racionamiento

Marta y Ester llegan al vagón restaurante a desayunar y lo ven vacío. La camarera les dice que no puede servirles el desayuno porque hay un problema y se está acabando la comida. Ellas no preguntan más porque algún rumor les ha llegado de que algo pasa y saben que el tren lleva muchos días sin parar y no puede haberse abastecido.

Vuelven de la mano hacia su vagón y Marta parece pensativa. Al entrar en su compartimento Ester, como cada día, empieza a desabotonarse la blusa para desnudarse pero Marta le pide que espere. Luego recogen la manta y entre las dos echan atrás los asientos para reconvertir la cama en los seis asientos del compartimento. Ester pregunta:

-¿Qué pasa?, ¿hoy no toca?

Marta se sienta junto a la ventanilla de espaldas a la máquina y pide a Ester que se siente frente a ella. Entonces Marta dice:

-No sabemos cuánto va a durar la falta de comida y tú y yo gastamos muchas calorías con lo nuestro. Así que habrá que racionarlo.

-¿Racionarlo?, ¿cómo?

-Pues, mientras no haya comida, haciéndolo una sola vez al día. Al mediodía es el mejor momento, antes de la siesta. 

miércoles, 18 de abril de 2012

Vagón 37. Chinchando

Qué chinche es Julia, siempre está enredando. A veces me cansa y me hace enfadar pero la mayoría de las veces me lo paso bien con ella. Es tan chiquitita… podría ser mi hermana pequeña, pero no lo es. No es nada mío. Como tampoco lo es la mujer de los juegos.

La única familia que tengo es mi padre. Mi madre se murió antes de nacer yo, eso dice mi padre. Yo no entiendo cómo puede ser eso, pero es lo que dice papá. La atropelló un coche. Por eso mi padre no me dejaba salir a la calle, para que no me pasara nada. A mi padre le da todo mucho pavor, a mí no me asusta nada. Cuando era pequeño sí me asustaban muchas cosas, mi padre me enseñaba a tener miedo, pero ahora no: ahora soy mayor y no le temo a nada.

La mujer de los juegos se ponía todos los días frente a mi ventana. Yo me escapaba en cuanto la veía. Algunas veces mi padre no se enteraba, pero cuando se daba cuenta salía buscarme y me devolvía de una oreja a mi habitación, lo peor era el cinturón. En la calle nunca me pasó nada malo; en mi habitación papá me castigaba con la persiana bajada para evitar tentaciones, eso decía.

Ese día, según crucé la calle la mujer me dijo: “ven, corre”. Y yo la seguí hasta un coche.

—¿Quieres que nos escapemos a vivir una aventura?

—¡Claro! —Lo estaba deseando. Quería vivir aventuras.

Ahora estamos en este tren tan extraño y es verdad, todo es una aventura. ¿Estará mi padre preocupado? Al pobre le da tanto miedo todo…

Ya está Julia otra vez con las pataditas… qué chinche es.

—¿Y ahora qué? —Tengo su pie descalzo bien agarrado. Se va a enterar…

martes, 17 de abril de 2012

Vagón 5. Caído del cielo

Ya no hay apeaderos como este, en el que paran pocos trenes al día y el jefe de estación está siempre durmiendo.Un fortísimo tirón me despierta, bruscamente. Siento que, además de salir de un profundo sueño, también me detengo luego de una vertiginosa caída. Y no estoy lejos de la realidad, me lo dicen el arnés y los tiradores que me sujetan por debajo de los brazos y se unen allá, arriba, a la inmensa y colorida lona del paracaídas.

Estoy mareado y confuso. No sé cómo llegué a esta situación, pero me doy cuenta que ahora eso no cuenta. Lo importante es mirar hacia abajo, para ver lo que me espera.

El descenso, ahora, es lento. El paisaje se baña, lentamente, de tonos anaranjados: está amaneciendo. Si no fuera por las circunstancias, me hubiera sentido un testigo privilegiado de las hermosas imágenes a las que, despacio, me voy acercando. La geografía no me resulta demasiado extraña, pero el lugar concreto que puedo abarcar con la mirada es desconocido para mí. Es una zona de montañas, no muy altas, y un espacioso valle, que se adivina muy fértil, irrigado en toda su longitud por un sinuoso río. La nieve resalta, luminosa, en las zonas más altas, a medida que el sol las descubre, pero en el fondo del valle todo es verde.

El paracaídas, a la vez que desciende, va dando un rodeo a la montaña, impulsado, tal vez, por las corrientes de aire que ésta provoca con su altura. Veo muy cerca las paredes rocosas, cubiertas de arbustos nevados, pero la misma fuerza del aire me mantiene alejado, y siento que no hay peligro de estrellarme. Ya casi al pie de la montaña, aparece ante mí una suave meseta, que se extiende a un lado del valle. Y, como delineando el borde, reconozco la cinta plateada de las vías del tren. El trazo se pierde en la oscura boca del túnel, que horada las entrañas de la roca.

Me quedan unos doscientos metros para tocar tierra y calculo que será sobre las vías, a poca distancia de la entrada del túnel. Cien metros... Ochenta... Escucho un rumor sordo, que en principio no reconozco. Cincuenta metros... Es un ruido acompasado... ¡No puede ser! ¡Es un tren! Treinta metros... ¿Será una fatídica casualidad? Caer sobre las vías... ¡para ser arrollado!

La impotencia me domina y cierro fuertemente los ojos, mientras mi voz, musitando una plegaria, se pierde entre el ruido ensordecedor de ese monstruo de hierro, que surge resoplando, avasallante, desde el vientre de la montaña.

lunes, 16 de abril de 2012

Vagón 18. Ménage à trois

Camila tenía al demonio entre las piernas, cuando se abrió la puerta del vagón.

–¿Con quién hablas? –le preguntó Antonieta.

Camila la miró de reojo, aún ruborizada por la pasión insatisfecha.

–Con nadie. Yo no le hablo. El que me habla es él.

Antonieta se agachó para seguir la indicación de Camila y descubrir de quién se trataba.

No dijo que no veía a nadie. Ni le importó.

El demonio subió la mirada para mirarle las piernas a la mujer recién llegada. Aún dentro de Camila, embelesado en su poder.

Antonieta se acercó despació al asiento de Camila. Parecía que no pisaba el suelo cuando caminaba. Se mecía con el movimiento del tren, el chaca-chaca de la máquina; el movimiento de la interminable espera por llegar. Llegar... Venir... qué más daba. Era el viaje; las ganas...tantas ganas.

–¿Me dejas a mí un momentito? –susurró Antonieta.

–¿A quién le preguntas? ¿A mí o a él?

–No me importa. Solamente quiero sentir.

Camila se subió aún más la falda y le extendió la mano.

–Y tú, ¡con cuidado! –mirando seriamente al demonio–. No la vayas a asustar. Todavía no sabe lo que es sentir. Habrá que enseñarle poquito a poquito.

domingo, 15 de abril de 2012

Locomotora. En unos minutos estaremos parados

El tren va en piloto automático. El maquinista empeora. También hay problemas con los suministros. Así que no sé qué es más preocupante, si la velocidad del tren o la escasez de comida. El doctor dijo que quería enterrar al maquinista en la nieve, para hacer que la fiebre remitiese. Yo le respondí que si sabía él cómo se paraba el tren, adelante con el entierro.

El maquinista ha desarrollado pústulas y escaras. Dice el doctor que si fuera contagioso ya estaríamos todos infectados. A base de bofetones hemos intentado que nos explique cómo se para el tren. Parece que ha reaccionado y señala una de las palancas, la más grande, a la derecha del tablero de control.

Al tirar de ella, el tren ha comenzado a detenerse con cierta brusquedad. No ha sido un frenazo, pero es evidente que en unos minutos estaremos parados.

sábado, 14 de abril de 2012

Vagón 44. Con los ojos abiertos

Junto a la esquina, a la derecha de la puerta más cercana a la locomotora, la mujer del vestido negro abotonado hasta el cuello ha abierto los ojos por primera vez. Los ha cerrado enseguida. En ese lapso mínimo de tiempo la niña ha sentido una sacudida, la madera del vagón ha crujido y las ruedas han chirriado. Como nadie estaba mirando a la mujer, nadie ha relacionado sus ojos abiertos con la sacudida. Como nadie estaba mirando a la niña, nadie ha visto que se ha pillado la piel de uno de sus pulgares pequeños y tiernos con una de las tablas de su asiento. Ha preparado un doble fondo allí.

Por segunda vez la mujer ha parpadeado. La segunda sacudida también ha durado poco, la niña no se ha herido las manos pero se la ve preocupada. Quizá su compartimento secreto no sea seguro. Si el tren se mueve tanto, es posible que lo que oculta bajo el asiento no esté a salvo. Los golpes no son buenos. Tampoco la ausencia prolongada de luz.

Mientras piensa cómo solucionar holgura y oscuridad pierde su mirada en el fondo opuesto del vagón. Entonces ve los ojos abiertos de la mujer, las pupilas anormalmente grandes, anormalmente negras. Ve cómo la luz del exterior se vierte en ellas y el vagón queda a oscuras durante un momento. No está segura, pero cree que si se hubiera mirado las manos en ese instante no se las habría visto. De hecho, aunque tampoco está segura, tiene la impresión de haber dejado de sentir su cuerpo mientras miraba los ojos negros de la mujer.

En cuanto se asegurase de que había vuelto a cerrarlos recuperaría su manta.

viernes, 13 de abril de 2012

Vagón 43. Como en las películas


Quiso hacer como en las películas, dejó sobre el asiento la chaqueta que hacía juego con sus vaqueros negros, salió al pasillo y cerró cuidadosamente la puerta del compartimento. Aquel lugar era, por ahora, su hogar y no quería que nadie anduviera merodeando por allí.

No había dado dos pasos cuando se cruzó con una preciosa niña, con carita dulce y ademán decidido. No respondió a su saludo, parecía enfurruñada. El tren se movía mucho en aquel momento, subía penosamente la cuesta por una colina verde. Las vacas, blancas y negras, pacían sosegadamente dejando pasar el tiempo.

El pasillo era estrecho y con el movimiento, iba de un lado a otro pegándose contra las paredes. Vaya trajín se traían aquellas dos chicas; estaban solas en el vagón, las cortinillas echadas, pero eso no impedía verlas al pasar perfectamente. Estaban desnudas y se achuchaban. Le dio un escalofrío, hacía mucho que su cuerpo estaba frío, sin unas manos que se pasearan por él.

Volvió a pisar en la plataforma móvil y pasó al pasillo siguiente. Quería llegar al último vagón y contemplar las vías desde la ventana trasera y las nubes moviéndose en el cielo y los postes corriendo en sentido contrario. Como en las películas, enseguida aparecerían los indios montados en sus caballos blancos y el chico bueno vendría a salvarla. 

jueves, 12 de abril de 2012

Vagón 37. Juego limpio

Ojalá no pare nunca el tren.

Nos pasamos todo el día jugando y aunque fuera hay nieve aquí se está calentito; tanto, que puedo estar descalza. Y nadie me regaña. Bueno, Juan algunas veces se pone un poco tonto, con eso de que él es mayor… se cree muy listo y no es para tanto.

Voy ganando al parchís y eso que cuento muy despacio. La mujer de los juegos me ayuda un poco, pero no hacemos trampas, no valen. Si las hiciéramos el juego no sería divertido. Sólo me ayuda a contar. Eso no es hacer trampas.

Mi mamá se olvidaba algunos días de llevarme al cole. No me importaba porque el cole no me gusta, pero tampoco me gustaba quedarme en casa. En casa hacía frío en invierno y mucho calor en verano. El tío Carlos no me dejaba descalzarme, no le gustaban los pies de nadie y no quería verlos. Ahora estoy descalza y le estoy dando pataditas a Juan. Verás cómo se enfada dentro de nada. La mujer de los juegos me está viendo y me está haciendo señas con los ojos para que pare, las dos nos estamos aguantando la risa. No quiero parar, me gusta chinchar a Juan. ¡Ay! ¡Me ha agarrado un pie!

—¿Y ahora qué? —Juan muestra el pie de Julia como si fuera un trofeo.

—Suelta, suelta, que ya me estoy quieta.

—No. No suelto. Ahora el pie es mío y… ¡me lo voy a comer!

No puedo parar de reír. Me está haciendo cosquillas con los dientes.

—¡Para, para!

Ojalá no pare nunca el tren.

miércoles, 11 de abril de 2012

Vagón 72. Ángel (2)

Preguntas, preguntas, preguntas.

Sí, la curiosidad se estaba empezando a convertir en una especie de urticaria que, teniendo el epicentro en su mente, se propagaba al resto del cuerpo. ¿Cómo lo describió el Doctor Cervera, su pediatra y médico personal hasta bien pasada la pubertad? Afecciones psicosomática producidas por su inseguridad patológica... o algo así.

De pequeño no era raro que su madre acudiera al médico con su niñito del alma aquejado de algún dolor en el costado, habones por todo el cuerpo, o con 40 de fiebre. Pero no tenía nada, por más análisis que le hicieran. Ni infecciones, ni enfermedades, ni inflamación de órgano alguno.

Había peregrinado de la mano de su madre de médico en médico y, años más tarde, de psicólogo en psicólogo. Nadie pudo descubrir nunca qué le pasaba realmente a Ángel, así es que se lo achacaban todo a su timidez, a no saber verbalizar sus sentimientos…

Con el tiempo las crisis remitieron, al menos se habían espaciado, y solo salían a la luz cuando Ángel se ponía nervioso. Como ahora.

El joven del violín le estaba mirando. Y le sonreía.

martes, 10 de abril de 2012

Vagón 72. Miguel (2)

El sol asomando por el horizonte es una imagen desconcertante cuando llevas tanto sueño acumulado. Sentir como va despertando el vagón. Los susurros que empiezan a subir, poco a poco, de intensidad. Las voces que se van aclarando y los pensamientos que empiezan a atravesar las tinieblas de los fantasmas personales que se diluyen con la luz del día, en espera que ésta vuelva a desvanecerse para tornarse de nuevo corpóreos.

Es absolutamente enervante.

¿Cómo jodidos cojones he llegado a recalar en este vagón? Es que no lo entiendo. Entre esta gente… ¿gente? Olores, son olores envueltos en harapos con forma humana. Emiten sonidos, algunos incluso semejan personas, pero no. Solo son efluvios que se han condensado hasta tener forma humana y me molestan.

¿Cómo no habría de molestarme?

lunes, 9 de abril de 2012

Vagón 42. Amores y placeres en el túnel

Ester acaba de descargar todo su placer y, cuando recupera el aliento, pone su mejilla junto a la de Marta y luego le dice al oído derecho:


–Cada día te quiero más.


Luego se va al oído izquierdo y le dice:


–Ahora te toca a ti.


Y, Marta, aunque arde en deseo, contesta:


–Pero como te tenía de espaldas y no te veía la cara, quiero que antes nos miremos un ratito a los ojos.


Ester se levanta y se pone de rodillas en el suelo frente a Marta, que sigue sentada junto a la ventanilla. El tren sigue en el túnel. Ester tiende las dos manos a Marta, Marta se las coge y se miran a los ojos. Calladas pero hablando con la mirada. Tanto, que Ester lee el deseo en los ojos de Marta. Le gusta sentirse deseada. Por eso dice:


–¿Cómo quieres que te lo haga?


–Tú misma, a ver qué te inventas.


–Es que me gustaba mucho sentirte el cabello en los pechos.


Ester se vuelve a sentar de espaldas sobre Marta, enrosca sus piernas alrededor de las de ella y Marta deja caer otra vez su cabello sobre los pechos de Ester. Ester se chupa el dedo y luego se inclina hacia delante para poder alcanzar el placer de Marta. Cuando lo alcanza Marta dice:


–Yo también te quiero más cada día.

domingo, 8 de abril de 2012

Vagón Restaurante. Millas por hora

Me pregunto cómo podríamos saber a qué velocidad nos desplazamos. Del limbo hemos pasado al infierno, concretamente al traqueteo infernal… Llevo ya varios días sin descansar en condiciones. Lo que me faltaba. La preocupación ha hecho que me olvide del fantasma de Elisa, pero sigo sin dormir.

La camarera me ha visto mala cara y me ha puesto un café cargado sin preguntar. Yo, en cambio, sí le he hecho una pregunta: ¿qué coño está pasando en el tren, que cada vez va más rápido? La camarera, a pesar de haberse ruborizado bastante, me ha dicho temblando que el tren viaja como siempre, a 80 millas por hora.

Y ha sido entonces cuando he volcado el café: no me había dado cuenta antes de lo mucho que la camarera se parece a Elisa cuando se azora.

sábado, 7 de abril de 2012

Vagón 72. Adrián (1)

Al fondo del vagón, vemos un joven sentado en el lado de la ventana. A sus pies un estuche negro, como de piel. La frente apoyada en el cristal, mirando ensimismado el paisaje mientras sus manos, autónomas, se deslizan sobre el papel dibujando distraídamente.

Acostumbra a hacerlo. Es una especie de don, esa capacidad suya para dejar vagar la vista en los escenarios que asoman por la ventana mientras su mente camina quién sabe por qué otros paisajes. El dibujo va tomando forma, poco a poco. Una imagen onírica que recuerda vagamente a algún lugar y a ninguno a la vez.

Cualquiera que le viera diría que es un chico feliz, a juzgar por la sonrisa que siempre esbozan sus labios. Y a nada que uno se detenga a observarle se cerciora de que esa primera impresión no es falsa. Adrián es feliz, de esas personas que a todo le ven un algo positivo.

También posee otro don. Adrián le cae bien a todo el mundo.

jueves, 5 de abril de 2012

Vagón 42. Aún en la ventanilla

Ester sigue sentada sobre Marta y meciéndose a derecha e izquierda para acariciarle con la espalda los pezones. Y Marta sigue jugando con la mano entre las piernas de Ester. Marta acaba de preguntarle a Ester si le gusta lo que le está haciendo:

–Mucho, muchísimo. Me gusta todo lo que hacemos siempre. Antes de que llegaras, los días que tenía ganas apagaba la luz, me escondía debajo de la manta, me ponía yo sola y en dos o tres minutitos estaba lista. Pero ahora contigo me gusta estar mucho rato porque me lo haces muy bien. Será por eso que tengo ganas siempre. O porque como eres tan guapa y tienes un pelo tan bonito…

–Pues no parece que te guste.

–¿Por qué, porque no me pongo ruidosa? Espera y verás cómo viene a reñirnos el revisor.

Pero Marta no espera. Ya conoce los resortes de Ester y sabe perfectamente cómo acelerarla. Por eso, al momento le hace perder el ritmo de su vaivén y la tiene moviéndose en desorden. Un poco más y ahí están todos los ay, ay, ay de Ester que, cuando recupera por un momento el habla, dice:

–¡Marta!

martes, 3 de abril de 2012

Vagón 37. Aceleración constante

Era el maquinista. Al parecer se ha vuelto loco y lo han tenido que atar. La pregunta es lógica: ¿quién conduce el tren ahora?

Cada vez va más deprisa, lo puedo notar. No subimos a este tren para huir, mucho menos para morir. Si el tren sigue acelerando moriremos todos. Y subimos a este tren para vivir: VIVIR.

He buscado un freno de emergencia. Me ha costado encontrarlo pero he conseguido dar con uno. He tirado con todas mis fuerzas y… nada, el tren sigue avanzando; cada vez más deprisa.

¿Y si los niños quisieran bajar algún día? El tren tiene que poder detenerse.

—Te toca. Tira el dado.

—Es verdad. A ver… necesito un cuatro para comerme tu ficha y contar veinte.

—Mejor un seis y te comes la de Juan.

—Venga, un cuatro o un seis, venga dadito…

¿Y si el tren no para nunca? 

domingo, 1 de abril de 2012

Vagón 44. Racionamiento

La niña volvió del vagón restaurante con las coletas gachas. Había puesto su mejor cara de desamparo, pero no había conseguido lo que quería. La camarera había sido muy amable y muy clara.

–Está todo contado, preciosa. No sabemos cuándo vamos a poder parar y somos muchos. Hay más niños ¿sabes? –señaló hacia los números bajos–. Algunos son bebés.

No es que tuviera hambre. Aún le quedaban provisiones de las que había llevado consigo. Le había dado una parte a la señora enferma, que lo había aceptado todo con mucha naturalidad. Igual que la manta. Sólo quería comprobar si su carita seguía haciendo efecto.

El revisor le acariciaba la barbilla con ternura cada vez que hacía su ronda, las dos chicas con las que se había cruzado la habían mirado con cierta simpatía.

Pero la camarera no le había dado nada.

Ya en su nuevo lugar, más cerca de la señora de los ojos cerrados, se miró las piernas con aversión. Esperaba descubrir algo horrible, pero no, no había crecido. Y si no había crecido debía de haber un motivo para que sus mohines no diesen resultado.

Pasado un rato la camarera, que nunca había llegado hasta su vagón, se acercó deprisa, dejó caer un paquetito sobre su falda y volvió a marcharse.

La niña sonrió mientras guardaba las galletas en una maleta bajo el asiento. La mujer enferma gimió.

Todo volvía a la normalidad.