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viernes, 1 de junio de 2012

Vagón 18. De hambre y frío

Antonieta se fue como vino… insensata, indispuesta, adentrada en su propia cárcel. Se fue como vino, habiendo descubierto que lo que más buscaba no habría de tenerlo jamás.

El demonio estaba aburrido. Miraba a Camila de reojo, sin siquiera ganas de desnudarla en pensamientos. Se había acomodado la corbata y acomodado el pelo revuelto e ignoraba exitosamente el palabrerío de Camila que desde hacía buen rato se concentraba en las calamidades de quien no siente.

- ¿Ahora a tí qué te pasa? –le preguntó Camilia, cuando notó la indiferencia.

- Nada. Déjame descansar. Vete a dar una vuelta por los vagones. Me enfadas.

Camila se levantó entre ofendida y divertida y se le paró en frente:

- ¿Qué? ¿Te arde el hecho de que la despabilada ésa no hubiera podido sentir ni contigo? No tienes la culpa. Viene llena de pájaros en la cabeza y nomás no se puede concentrar.

- Yo no me detengo en esas tonterías. –El demonio estaba tratando de no levantar la voz, para evitar que a la vez se soltara una tormenta.

- Cuéntame, ¿qué tienes?

El demonio miró a través de los cristales sucios. Cerró los ojos y recordó. Esa nostalgia, tan pesada y a la vez tan reconfortante, tan llena de luz. Daría cualquier cosa por volver a sentir la luz. Antonieta lo había arruinado todo. Todo. Estaba convencido cada vez más de que lo que le molestaba de ella era su incapacidad de querer encontrar lo que buscaba. Seguir vagando en el mundo, en los tiempos y las dimensiones, sin volver a ser. ¿Cómo entender tal desvarío?

Camila regresó a los minutos.

- Parece que algo anda mal en el tren. He escuchado en el baño a unas personas decir que se están terminando los víveres. ¿Tal vez por éso no nos movemos? ¿Te has dado cuenta de que no nos movemos? –había un poco de pánico en su voz.

- No me importa. No me incomodes. La que se muere de hambre eres tú a fin de cuentas.

- ¿Tan poco te importo?

- Sólo estoy aquí porque no tengo nada mejor que hacer. En vez de estar ahí parada, ven y siéntate en mis piernas. Quiero sentir tu calor.

- Bueno, pero despacito cuando me sientas, ¿sí? Con este frío no creo que esté muy dispuesta.

El demonio cerró los ojos. Si hubiera podido, hubiese llorado.

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