Entra en un vagón

martes, 28 de febrero de 2012

Vagón 42. La manta

Están desayunando como la primera vez, preparando cada una la tostada de la otra y Ester dice:

-¿Te acuerdas lo que te dije ayer sobre lo de ir a conocer gente? Podríamos empezar hoy.

-Pues cuando subí al tren y lo recorrí buscándote sin saber que te buscaba a ti vi, casi delante de todo, en el vagón 4, una anciana ciega que tejía.

-Iremos a visitarla.

Se cogen de la mano, empiezan a recorrer el tren en dirección a la máquina y, al llegar dos vagones más allá, ven al otro extremo al revisor que las está llamando. A Marta le empiezan a temblar las piernas: subió sin billete y si el revisor la echa del tren y la separa de Ester se le acaba el mundo. Llegan a la altura del revisor y éste las lleva hasta la plataforma de unión entre ese vagón y el siguiente donde nadie les puede ver ni oír:

-Señoritas, les rogaría que fueran menos escandalosas cuando están en sus asuntos.

Marta respira tranquila y promete que lo intentarán. Prosiguen su camino, llegan al vagón 4 y ven, en medio de un montón de gente de pie, a la anciana ciega sentada en un silla y tejiendo. Dicen las dos al unísono:

-Buenos días, señora.

-Buenos días. Acercaos para que os toque la cara y vea cómo sois.

Se acercan, se dejan palpar y la anciana dice:

-¿Vosotras dos sois…?

Deja interrumpida la pregunta pero Marta responde que sí.

-Pues si venís más veces a visitarme os tejeré una manta para que os cobijéis las dos.

Ester le pide permiso, le coge la labor y se sienta en el suelo a continuarla. 

domingo, 26 de febrero de 2012

Vagón 88. La pantera rosa

¿Orient Express? ¿Ha dicho Orient Express?

El pianista asiente como si hubiera formulado la pregunta en voz alta. Este tío está pirado, aunque la opción B es que lo esté yo. Ahora se ha puesto a tocar la sintonía de La Pantera Rosa y se ríe abiertamente, creo que de mí.

tarán tarán...

Lo miro y me sostiene la mirada con descaro, los ojos achicados por la risa.

...tarán...

¿Qué hago yo en el Orient Express?

...tarán tarán tarán...

Nuevamente, parece haber leído mi pensamiento y me señala la ventana con un gesto de su cabeza, adelantando el mentón y sacudiendo de paso su cabellera blanca.

...tarán tarán...

Miro a través del cristal para observar la totalidad del convoy, aprovechando una curva del trazado, y veo un caos tan grande como el que bulle en mi cabeza. No es el Orient Express; el tren está formado por infinidad de vagones de la más distinta factura, desde furgones de TALGO o de AVE, hasta mercancías y cercanías, mezclados sin orden ni concierto. El mío, un lujosísimo Pullman, es el vagón de cola, el último, porque no se ve ningún otro a través de la puerta trasera.

Un nuevo carraspeo de los altavoces y la voz —esa voz que inevitablemente ha de pertenecer a una preciosa mujer— anuncia que acabamos de salir del túnel que hemos estado atravesando durante más de una semana. Rebobino, porque no recuerdo tal túnel, y pregunto en voz alta, más para mí que para nadie:

—¿Túnel?

A lo que la voz sensual de la megafonía contesta:

—Sí, túnel —y se apaga con un nuevo chirrido de los altavoces.

...tararararán...

sábado, 25 de febrero de 2012

Vagón 42. La rueda

El abuelo, antes de ir a echar su partida de dominó al hogar del jubilado enciende el ordenador porque quiere saber cómo le van las cosas a Marta. Busca el fichero de su convoy pero luego, como sólo recuerda que estaba en un coche cama, tiene que ir recorriendo todas las cámaras de los compartimentos hasta dar con ella. Y cuando la encuentra…

-Sí, seguro que es ella.

La reconoce por la melena rubia y por la perfección del cuerpo. Porque le está viendo la espalda y cómo hunde la cabeza entre las piernas de la otra figurita que, a su vez, asoma la cabeza entre las piernas de Marta.

El abuelo vuelve a decidir dejarlas solas, apaga el ordenador y se va a su partida pensando que cómo puede ser que figuritas tan pequeñas tengan esos ardores.

Porque Marta no se pudo contener. Al oír su nombre y los suspiros de Ester dijo:

-Me estoy muriendo de ganas.

Se puso del revés sobre el cuerpo de Ester y Ester entendió. Ahora están perfectamente compenetradas: es como una rueda de placer que sale de la lengua de Ester, atraviesa todo el cuerpo de Marta hasta su lengua y, desde la lengua de Marta, recorre luego el cuerpo de Ester hasta dar con su lengua.

Y Marta está contenta porque Ester está aprendiendo: de momento le ha clavado las uñas con fuerza; y se le está tensando el cuerpo… 

viernes, 24 de febrero de 2012

Vagón 37. En busca del tiempo real

La mujer ha encendido la linterna tan rápido como ha podido, ¿a quién había pillado Juan? Julia estaba a su lado y el niño está en el otro extremo del vagón.

Luz.

Juan está desconcertado, mira entre sus manos y no hay nada, nadie. Sin embargo está seguro, había alcanzado y sujetado a alguien. Juan sabe que no es posible, que la oscuridad no encierra nada que no exista en la claridad.

La mujer mira por la ventana. El reflejo de los otros vagones sigue inundando el túnel. El túnel del que ya han salido en el resto del tren.

—Nos vamos. Vamos al vagón restaurante, ¿queréis?

A Juan le parece una buena idea.

Fuera del vagón 37 es de día y la luz del sol calienta a todos los pasajeros. En el paso entre dos vagones se encuentran a dos chicas que se abrazan divertidas. Los tres piensan que son muy guapas. Julia las encuentra muy parecidas a su muñeca preferida. De mayor le gustaría ser como ellas.

jueves, 23 de febrero de 2012

Vagón 18. Demonios en el vagón

Cuando Camila entró al vagón, no se percató de que había olvidado la cordura en la estación central. Tenía la cabeza llena de esos pájaros que cantan sin sentido. Se llevó la mano a la boca para cubrir el bostezo que le provocaba la náusea del cansancio.

Se sentó junto a la ventana y miró el paisaje nocturno. El tren hacía crujir las vías disparejas; tantas veces usadas, tan llenas de ires y venires. El puerto había quedado atrás, así como había quedado atrás su vida. Se llevó la mano discretamente al pecho. Aún le dolían las mordidas del apasionante encuentro en el baño de la estación. Un extraño cualquiera; podría haber sido un amigo o enemigo; un simple encuentro de soledades. Se lamió los labios y cerró los ojos. Se imaginó envuelta en la noche, con los recuerdos y el pasado en la maleta y la risa de los viajeros humedeciendo las ventanillas.

El demonio se sentó a su lado y le sobó la pierna. “Camilita, Camilita... ¿Adónde vas tan callada?” Camila se dio cuenta del acercamiento, pero ya estaba acostumbrada. Cuando intentaba alejarse de la vida, el demonio le hablaba de amor. Así era el juego. Así eran las reglas. “Dime, ¿qué es lo que buscas?” No había nunca respuestas a las preguntas. Eran tan sólo eso, preguntas al aire. Camila, distraída por el ajetreo del tren y las preguntas del demonio; con los sentidos todavía llenos del sexo de la estación. “No me hables” le dijo por fin al enervante demonio que le seguía hablando de lado. Y lo miró de frente, por primera vez. “¿A dónde mandaste a la gente que estaba aquí? Apenas me estaba acostumbrando a lo ruidoso de sus risas.” El demonio rió a carcajadas. “Camila, mi amor, aquí no había nadie. Te imaginaste las risas, así como también te imaginaste al hombre con el que estuviste hace rato.” Camila rió con esas risas que uno tiene cuando se ríe de uno mismo. “Eso sí no te lo voy a creer. ¿Te imaginas las cicatrices que me van a quedar de las mordidas que el muy cabrón le dio a mis pechos?” El demonio rió divertido y le metió la mano debajo de la falda. “Camila, en este vagón estamos solos. Vamos a repetirlo.” Camila tuvo que reír al darse cuenta de que reconocía la textura de la caricia. Le cayó el veinte antes de llegar a la primera parada. Titubeó por un instante. “Bueno, pero esta vez no me muerdas.”

martes, 21 de febrero de 2012

Vagón 37. Gallinas ciegas

El revisor me asegura que no estamos en el túnel. Pero yo miro por la ventana y sólo veo oscuridad. Los niños también.

Si hemos salido, ¿por qué nos ha traído una linterna? Lo más importante ahora es que los niños no se enteren de lo que está pasando. No pueden temer al tren, es nuestro único hogar, si también éste les falla…

—¡Niños! ¿Qué os parece si jugamos a la gallinita ciega?

—¡Vale, me pido primer! —A Juan se le da muy bien este juego.

—Muy bien, Julia dame las dos manos.

Rodean a Juan y giran alrededor de él cantando.

—Gallinita ciega, ¿qué se te ha perdido?

—Una aguja y un dedal.

—Pues date tres vueltas y lo encontrarás. ¡Uno, dos y tres!

Ahora me doy cuenta, de los otros vagones sale luz, puedo verlo en el túnel. Si es que esto es un túnel. Dios mío, ¿qué está pasando?

—¡Te pillé! Eres…

domingo, 19 de febrero de 2012

Vagón Restaurante. Arabesque

Juraría que, mientras miraba absorto por la ventanilla y apuraba uno de mis últimos cigarrillos, alguien empezaba a tocar el primer arabesque de Debussy. Hubo un tiempo en que me despertaba todas las mañanas con esa música, ya en la universidad, y entonces sólo podía pensar en Elisa. Las dos del vagón restaurante también me hacen pensar en Elisa. Y la madre de los dos niños del 37. Todo recuerda a Elisa, aunque hace días que no veo su fantasma.

Al entrar en el vagón 88 he visto un hombre de hombros prominentes y brazos excesivamente largos apoyándose en las notas como un orangután se apoyaría de rama en rama. Un pasajero le miraba tocar perplejo, quizás como miraba yo antes a través de la ventanilla. Debussy solía ser magnético. Pero el pianista mueve la cabeza como si estuviese tocando Rachmaninov. Aporrea las teclas de rama en rama en lugar de acariciarlas. Elisa se ha esfumado de mi pensamiento y he tenido que salir corriendo a vomitar al baño.

viernes, 17 de febrero de 2012

Vagón 4. Elvira

Elvira sabe que nunca abandonará el vagón 4. Tiene miedo. Por eso, desde hace ya más tiempo del que vivió en su pequeño pueblo, se conforma con esperar a que llegue buena compañía. Y lo hace ahí, en el vagón 4, sentada en una esquina sobre la maleta de madera de su madre. La espalda bien recta, los riñones a resguardo del frío que se deja ver de vez en cuando a través de las ventanas. Un frío que no entra en el vagón 4, no sea que no pueda salir. No sea que la vieja que teje sentada en la otra esquina opuesta del vagón se lo impida. Como se lo impidió a Elvira.

En realidad, Elvira sabe que lo que le impide abandonar el vagón 4 es el miedo. Lleva tanto tiempo en el tren que teme que su destino no sea el destino que ella esperaba, o no comprenderlo, o que su destino no la comprenda a ella. Tampoco está muy segura, tampoco quiere pensar demasiado en ello. De lo que está segura es de que cometió un gran error cuando llegó al vagón 4. Lo ha pensado mucho y no le queda duda. Además, lo ve todos los días.

Observa a todo el que entra en el vagón 4. Algunos lo cruzan, sin más, y salen por la puerta de enfrente sin que la tejedora se inmute. Otros curiosean, se les nota desconcertados. Está claro que no saben dónde están. Alguna vez tuvo Elvira la tentación de acercarse a alguno y decirle lo que ella supo nada más llegar al vagón 4. Pero entonces siente los ojos de la única pasajera con silla clavados en ella y sabe que debe callar. Aún así intenta ayudar a estas personas si ve que son buenas personas.

Elvira sabe esto de inmediato. Como con la chica que se sentó a su lado, hace poco. A pesar de sus pelos y sus ropas, es buena chica. También la nota perdida, más que perdida, desubicada. Y cansada. Pobre, lo que habrá pasado hasta llegar aquí. Parece no recordar nada. A Elvira le dio pena. Se le escapó un suspiro de súplica a las alturas. Una vieja costumbre. La chica, que pareció ofenderse, ahora duerme aferrada a su mochila. Es tan joven… y está tan cansada… Elvira lanza otro suspiro al techo como…, como si fuera al cielo.

jueves, 16 de febrero de 2012

Vagón Restaurante. Coordenadas ortogonales

Al otro lado del vagón, en un asiento aproximadamente simétrico bajo unos ejes de coordenadas ortogonales, hay una rubia que me mira. Está como un queso de Burgos. Me mira y habla con su compañera de algo que ignoro pero que me gusta imaginar. Se ríen y vuelven a mirarme. Tengo que empezar a olvidar a Elisa. 

martes, 14 de febrero de 2012

Vagón 43. El estupendo primer día

Aquél iba a ser el día. En realidad aún me pregunto por qué elegí ese en lugar de cualquier otro, pero el caso es que fue así. Me duché con mucho cuidado y me miré al espejo. Quería saber si había algo en mi cuerpo o en mi cara que me diferenciara de la mujer que era ayer mismo. Creo que solo una nueva luz en mis ojos me hacía parecer diferente.

Parada delante de mi armario me costó decidir qué iba a necesitar y qué quería llevarme aunque no me hiciera falta. Finalmente metí en mi bolsa ropa interior, unos zapatos gruesos, dos pantalones, una falda y tres jerséis. Las cosas de aseo y mi diafragma. Y por los huecos que quedaban libres fui acomodando un par de libros, mis perritos de loza y la margarita aplastada y seca que me dio el día que nos conocimos.

Sentada en el metro pensé que estaba haciendo un ensayo. Cuando bajé en la plaza, por un impulso que no sé de dónde salió (aquel era el día de las sorpresas), me alejé de la Estación Central. Bajé por el puente al otro lado del río y entré en la Estación del Norte. ¿Adónde vas?, me pregunté sorprendida. No hubo respuesta porque ni siquiera yo lo sabía. Aquel tren tenía algo de mágico, circulaba por paisajes diferentes, tan pronto subía como bajaba y estaba cargado de historias. Y yo quería algo así para mi vida en esos momentos.

Había poca gente en la estación, el hall era amplio y en él había una cafetería de la que salía un rico aroma a café recién hecho. Dudé si entrar a tomar uno, pero no sabía los horarios de salida y no quería perder el tren que saliera primero. En la vía dos uno resoplaba, preparándose para salir. No pregunté cuál era su destino, saqué un billete y me metí en el vagón. Era justo el 43.

Me costó un poco colocar la bolsa en la rejilla del asiento. Elegí el que estaba al fondo del pasillo. Tenía que pensar y a ser posible a solas. Por la ventanilla se veía el río de aguas marrones y algunos edificios de cuyos portales entraba y salía gente. Cuando el pitido avisó que ya partíamos, mi corazón dio un brinco dentro de mi pecho, me iba… por fin iba a marcharme. El convoy dio un tirón, pareció que arrancaba, volvió a pararse y tiró de nuevo, como si le costara dejar la estación e iniciar el viaje.

Y así fue como empezó el mío hacia una vida nueva.

domingo, 12 de febrero de 2012

Vagón 42. Hacer amigos

Marta ha acabado gritando el nombre de Ester, dando sacudidas y retorciéndose. Por fin se ha dejado caer, se ha agarrado fuertemente al cuerpo de Ester, le ha llenado la cara de besos nerviosos y le ha dicho al oído que la quiere. A ver si aprende cómo se siente placer, piensa Marta.

Ahora Ester recoge con la lengua las gotas de sudor que le corren a Marta por el canalillo. También Ester tiene el nombre de Marta pintado en las uñas. Y Ester le aparta el pelo de la cara y dice:

-He pensado que podríamos salir a conocer a otros pasajeros del tren. Salimos a pasear y así volveremos con más ganas.

Marta, que aún no se ha recuperado, asiente. Luego Ester se tumba boca arriba y Marta, que la sabe encendida de deseo, se hace esperar. Marta se ha propuesto volver efusiva a Ester en el momento preciso y sabe que lo conseguirá hoy, mañana, pasado, cuando sea. De momento, le pone un cojín junto a la ventanilla y le pide que se tumbe boca abajo con la cabeza apoyada en el cojín.

Marta empieza a pasar la yema del dedo por la columna vertebral de Ester. Una y otra vez. Luego, un beso en cada vértebra. Hacia abajo y hacia arriba. Luego de nuevo con el dedo hacia abajo y aún más despacio. Cuando se le acaba la columna vertebral Marta sigue aún más despacio y piensa si sigue hasta tocarla ahí o no. Decide que sí y la acaricia suavemente. En ese momento Ester mueve la cadera y dice entre dos suspiros:

-Marta. 

viernes, 10 de febrero de 2012

Locomotora. El tiempo en una fondue

Acabo de volver del vagón en el que viaja la madre con los niños. La mujer me ha preguntado si se iba a solucionar pronto lo de la luz.

—Señora, hace varios días que hemos salido del túnel—he dicho con cara de póquer.

Ella ha echado un ojo a los niños, como para cerciorarse de que no escuchaban lo que iba a decirme.

—Oiga, ¿no ve que las lámparas están apagadas?

—Señora, es de día. Las apagamos siempre cuando es de día.

Ella ha echado un ojo a los niños, como para cerciorarse de que no escuchaban lo que iba a decirme.

—Me temo, señor revisor, que en este vagón todavía no hemos salido del túnel.

—Señora, hace varios días que hemos salido del túnel—he dicho con cara de póquer.

Ella ha echado un ojo a los niños, como para cerciorarse de que no escuchaban lo que iba a decirme.

jueves, 9 de febrero de 2012

Vagón 37. Cosas raras

No estaba castigado. Qué tonto soy… la mujer de los juegos no me castiga nunca. Pero claro, estaba dormido, me he despertado con el grito de Julia y no sabía ni dónde estaba, al verlo todo oscuro me creía que seguía en mi casa. Allí sí me castigaban.

Esto es muy raro. El revisor dice que ha habido un fallo eléctrico y que estaba trayendo linternas a todos los coches, pero yo veía la luz que salía de las ventanas de los otros vagones.

A Julia ya se le ha pasado el susto. Pobrecita, siempre tiene pesadillas. No sé quién era el tío Carlos, nunca me habla de él, pero se le aparece en sueños. A mí no me asusta nada, porque soy mayor y sé que los sueños son de mentira. Lo mejor es dejar que pasen, como cuando me castigaban: muy quieto, muy quieto y a esperar que vuelva la luz. Gritar, llorar, tener miedo… sólo sirve para que dure más.

Esto es muy raro. ¿Por qué se habrá quedado nuestro vagón sin luz? ¿Y por qué nos dice mentiras el revisor?

A ver si se acaba pronto el túnel y puedo mirar por la ventana. Me gusta mirar por la ventana.

—Julia… ¿quieres sentarte conmigo? Si quieres te cuento un cuento.

—Pero que no sea de miedo. —La niña mira a la mujer pidiendo aprobación para ir junto a Juan. La mujer sonríe y le da un leve empujón para que vaya.

—Había una vez un gigante, muy grande, muy grande…

—¿Y guapo? —Julia sube los pies al asiento y se acurruca abrazando a Juan.

—No, no mucho, pero era muy bueno…

martes, 7 de febrero de 2012

Vagón 42. En la ventanilla

El compartimento en que viajan Marta y Ester tiene tres asientos frente a otros tres; si se les levantan los reposabrazos y se mueven los seis asientos hacia adelante, quedan los tres de un lado contra los tres del otro convirtiéndose en una cama perfecta.

Ester y Marta vuelven de desayunar, corren la cortinilla de la ventana para ver el paisaje y el cristal está entelado. Ester, con una toallita de papel, lo limpia y ven que fuera vuelve a nevar.

Porque el niño, antes de acostarse, se dio cuenta de que ese tren, con su cuña quitanieves en la máquina, estaba corriendo por la zona cálida de la maqueta y, creyendo que había un error y no sospechando que había sido el abuelo quien le había variado el trayecto, lo reenvió a su espacio.

Ester y Marta se desnudan. Ester pide a Marta que se arrodille con las piernas separadas de cara a la ventanilla y que apoye las palmas de las manos contra el cristal. Luego Ester divide en dos la melena rubia de Marta y deja caer cada una de las mitades por el hombro hacia delante para que los pechos le queden cubiertos por el cabello:

-Porque, si hay alguien fuera, no quiero que te vea desnuda.

Luego Ester se tumba boca arriba y se va desplazando hasta que la cabeza le queda entre las piernas de Marta:

-Quiero que me expliques lo que ves por la ventanilla.

-Árboles cubiertos de nieve, montañas altísimas, nubes…

Mientras Ester empieza a besarla en la cara interna de los muslos.

Marta cree que Ester no es suficientemente expresiva cuando siente placer. Sabe que lo siente, sí, y mucho, pero le gustaría que, además, gritara o, al menos, suspirara.

Marta siente frío en las palmas de las manos y sigue explicando lo que ve por la ventanilla pero, como se ha propuesto demostrarle plenamente a Ester lo que es sentir placer, espera pacientemente a que Ester deje de recorrerle los muslos con los labios y la alcance plenamente con la lengua. 

domingo, 5 de febrero de 2012

Locomotora. Hágase la luz

Por increíble que pueda parecer, cada vez que pasamos por este túnel tardamos un día más en salir que la vez anterior. Calculaba unos siete días y han sido ocho. El maquinista asegura que el tren va a una velocidad constante, siempre la misma. Total, no hay nadie en la mayoría de las estaciones y los pasos a nivel han pasado a la historia. Además, me dice, ¿para qué iba a frenar si lo importante es salir de la oscuridad cuánto antes? Tiene razón. Debe haber sido un error mío de cálculo. La próxima vez estaré más atento.

viernes, 3 de febrero de 2012

Vagón 42. Bajo las mantas

Ester y Marta corren las cortinillas de la ventana para que al amanecer no les entre el sol, apagan la luz, se cubren con las mantas, se dan un besito de buenas noches y se abrazan. Unos minutos después Ester susurra algo en el oído de Marta y Marta empieza a acariciarle el vientre y a besarla en los pechos bajo la manta. Ester respira en la penumbra, sólo respira callada mientras la mano de Marta la va recorriendo. Cuando la mano de Marta baja por el muslo de Ester, Ester flexiona las piernas y las abre ofreciéndose. Marta encuentra a Ester húmeda y empieza a recorrerla despacio y suavemente. Ester aparta la manta y propone encender la luz:

-Porque mirarte a los ojos también me produce placer. Y vernos a las dos desnudas.

Encienden la luz y Marta sigue acariciando a Ester mientras se miran a los ojos.

-Bésame.

Y Marta la besa en un beso largo y sin variarle el ritmo de las caricias. Al acabar el beso Marta encuentra a Ester con los ojos cerrados. Y Ester dice:

-En cuanto abra los ojos y te vea, llegaré.

Espera un momento, abre los ojos y Marta nota en la yema del dedo todo el placer que está sintiendo Ester. Y Ester sigue derritiéndose sin otro aspaviento que una leve sonrisa.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Vagón 88. El pianista

Estoy soñando.

¿Que con qué? 

Con un tren, claro; esta historia va de trenes.

¿Que qué sueño concretamente?

Me sueño en un tren (ya lo he dicho) de largo recorrido, directo a ninguna parte.

¿Que si ya está?

No, pero es que el resto es muy raro. Estoy en un tren ¿vale?, y me siento absurdamente envuelto en olor a maderas nobles y perfumes caros, arropado por delicadas notas de piano, sin prisa, sin preocupaciones, ligero de equipaje. Y pienso fuera del sueño que debe ser agradable viajar sin estar pendiente de las estaciones, realmente agradable...

Y el en resto se confunden sueño y realidad. Intento dormir un poco más, pero se extinguen las últimas notas de "La vie en rose" y me sobresalto con los acordes de la quinta de Beethoven aporreados con tal fuerza al piano, que me explotan en los sentidos haciéndome consciente de que no es un sueño, de que viajo a bordo de un tren de largo recorrido, envuelto en olor a maderas nobles y perfumes caros...


¿Absurdo?

Pues verás lo que sigue a continuación. Recorro con la vista el espacio que me contiene —sofás de terciopelo, gruesas alfombras de motivos vegetales, lámparas opalinas, flores frescas— y compruebo que lo que creía fruto de mi mente febril es tan real como mi ignorancia de cómo he llegado hasta allí.

Beethoven, tocado como por un simio, sigue masacrando mis oídos, hasta que mis ojos se posan en el origen del engendro sonoro: un piano de media cola, al fondo del vagón, ante el cual se sienta un hombre delgado, de cabellos blancos, que me mira con una cierta socarronería:

—Bienvenido al Orient Express.