Apoyados los dos brazos sobre el borde del lavabo, Miguel dejaba que el agua saliera con fuerza del grifo.
Volvió a hacer un cuenco con las manos que puso mecánicamente bajo el chorro y de nuevo hundió el rostro en ellas.
Esto es una locura, un auténtico infierno. Ni en mis peores pesadillas hubiera pensado … ¡ja! ¿Pero qué es esto? “Ni en mis peores pesadillas” ¡¿Qué soy el protagonista de una mierda de película de sobremesa con diálogos cutres?!
Me estoy volviendo paranoico. Tengo que relajarme. Este tren va a hacerme perder la cabeza. Pero es que el cansancio no me deja pensar, así no hay manera de que mi lado racional tome el control y eso es algo que no me puedo permitir. Tengo que descansar.
¿Y ahora qué pasa? Parece que el tren aminora la marcha, pero ¿por qué razón? Desde que subí a este maldito convoy no habíamos parado nunca, y menos aun en medio de ninguna parte. Quizá estemos parados el tiempo suficiente para bajar y dejar que el aire helado calme la fiebre y la jaqueca que me genera este ambiente enrarecido y la presencia de tanta chusma.
Y seguro que me será mucho más fácil encontrar a ese jodido revisor.
¿Dónde mierda se habrá metido?
jueves, 7 de junio de 2012
miércoles, 6 de junio de 2012
Locomotora. Caronte
Como una ferralla perezosa, la máquina se ha puesto a rodar una vez más. Ahora el tren avanza a velocidad constante, como alegre de desgastar los raíles de la vía. El maquinista es un tipo con suerte, dijo el doctor. Sin ser enterrado en la nieve, la fiebre se lo hubiera llevado con ella hasta el abismo que dicen que hay al final de los mapas. Como un capitán Ahab rejuvenecido, asegura a voz en grito que si para cruzar la Estigia hiciera falta un tren en lugar de una barca, él sería elegido Caronte. No anda desencaminado, porque parece que no hay más trenes en esta tierra yerma, y esta tierra yerma cada vez se parece más a los infiernos.
martes, 5 de junio de 2012
Vagón 21. Podría ser
Podría ser ya verano y la nieve derretirse. Podría ser que
Elisa fuera Claire definitivamente. Podría ser que Asile fuera Erialc mirándose
a un espejo. Podría ser que el tren se detuviera para siempre. Podría ser que
los viajeros saltaran en marcha para enzarzarse con la primavera. Podría ser
que no volvieran los fantasmas. Pudiera ser todo mucho más sencillo, natural,
fluido como la nieve derretida. Definitivamente Claire. Definitivamente.
lunes, 4 de junio de 2012
Vagón 42. Otra vez en la ventanilla
Marta se arrodilla frente a la ventanilla con las piernas bien separadas, se pasa el pelo por delante para cubrirse los pechos y que no se los vean desde el exterior del tren, y apoya las manos contra el cristal. Ester se va deslizando hasta quedar tumbada boca arriba con la cabeza entre las piernas de Marta. Marta, desde encima, mira dulcemente a Ester y le dice:
-Te deseo mucho pero aún te quiero muchísimo más.
Ester le busca el puntito con la lengua y, al encontrárselo, se lo llena de besos sonoros. Marta sonríe. Ester empieza a olisquearla y a soplarle entre las piernas y Marta exclama:
-Uy, uy, uy, uy…
-Si aún no he empezado…
-Pero te siento muchísimo y sé que voy a formar un escándalo. Espera un momento.
Marta se incorpora, acude al rincón donde Ester ha dejado bien doblada su ropa y coge las braguitas. Vuelve a su posición y dice:
-Así nadie me oirá gritar.
Y se mete las braguitas de Ester en la boca. A Ester le da la risa viendo cómo sobresalen de los labios de Marta y, cuando se le pasa la risa, empieza a subirle por la cara interna de los muslos mordiéndoselos. Al llegar a las ingles le pasa la lengua y oye un sonido que no consigue salir de la garganta de Marta:
-Mmmmmmmm.
Por fin Ester le alcanza el centro con la lengua y le va subiendo y bajando despacio. Mira a Marta a los ojos y la ve muertecita de placer. Ester sigue moviendo la lengua, se la lleva hasta el puntito y empieza a dar vueltas. Marta empieza a moverse nerviosamente y Ester la coge de la cadera para fijarla y que no se le escape de la punta de la lengua. Se siguen mirando. Ester, al ver cómo Marta aprieta los dientes mordiendo las braguitas, le siente los dientes acariciándole las entrañas y se estremece, Marta se quita las bragas de la boca y dice:
-¡Ester!
-Te deseo mucho pero aún te quiero muchísimo más.
Ester le busca el puntito con la lengua y, al encontrárselo, se lo llena de besos sonoros. Marta sonríe. Ester empieza a olisquearla y a soplarle entre las piernas y Marta exclama:
-Uy, uy, uy, uy…
-Si aún no he empezado…
-Pero te siento muchísimo y sé que voy a formar un escándalo. Espera un momento.
Marta se incorpora, acude al rincón donde Ester ha dejado bien doblada su ropa y coge las braguitas. Vuelve a su posición y dice:
-Así nadie me oirá gritar.
Y se mete las braguitas de Ester en la boca. A Ester le da la risa viendo cómo sobresalen de los labios de Marta y, cuando se le pasa la risa, empieza a subirle por la cara interna de los muslos mordiéndoselos. Al llegar a las ingles le pasa la lengua y oye un sonido que no consigue salir de la garganta de Marta:
-Mmmmmmmm.
Por fin Ester le alcanza el centro con la lengua y le va subiendo y bajando despacio. Mira a Marta a los ojos y la ve muertecita de placer. Ester sigue moviendo la lengua, se la lleva hasta el puntito y empieza a dar vueltas. Marta empieza a moverse nerviosamente y Ester la coge de la cadera para fijarla y que no se le escape de la punta de la lengua. Se siguen mirando. Ester, al ver cómo Marta aprieta los dientes mordiendo las braguitas, le siente los dientes acariciándole las entrañas y se estremece, Marta se quita las bragas de la boca y dice:
-¡Ester!
domingo, 3 de junio de 2012
Vagón 37. De vuelta al vagón
Juan entró en el vagón como un remolino. Su infinita sonrisa en aquel rostro arrebatado evidenciaba un encuentro afortunado con la felicidad.
—Tenías que haber bajado, Julia.
—Estás empapado —advirtió la mujer de los juegos sin poder contener el contagio de la alegría de Juan—. Voy a buscarte ropa seca.
—¿Qué has hecho? —preguntó Julia interesada.
—Un muñeco de nieve. ¡Y una pelea de bolas! Y ángeles. ¿Tú sabes hacer ángeles en la nieve?
—Sí. —Julia estira su cuello y asoma la cabeza sobre Juan para ver dónde está la mujer de los juegos—. Me ha dicho cómo se llama —le dice a Juan susurrando.
—¿Sí? ¿Cómo?
—Pues muy fácil, te tumbas en el suelo y mueves los brazos y las piernas. —La pequeña ha vuelto a alzar la voz y levanta las cejas repetidas veces mirando a Juan.
—¿Ángeles en la nieve? No me extraña que estés empapado. Anda, cámbiate —dice la mujer alargándole la ropa al muchacho.
—Pues me lo he pasado muy bien. Tenías que haber bajado, Julia, te habrías divertido.
—A mí no me gusta la nieve, está fría y además moja. Mira cómo te has puesto —al decirlo, Julia se hizo un ovillo, como si el frío que debiera sentir Juan lo estuviera pasando ella.
—Tenías que haber bajado, Julia.
—Estás empapado —advirtió la mujer de los juegos sin poder contener el contagio de la alegría de Juan—. Voy a buscarte ropa seca.
—¿Qué has hecho? —preguntó Julia interesada.
—Un muñeco de nieve. ¡Y una pelea de bolas! Y ángeles. ¿Tú sabes hacer ángeles en la nieve?
—Sí. —Julia estira su cuello y asoma la cabeza sobre Juan para ver dónde está la mujer de los juegos—. Me ha dicho cómo se llama —le dice a Juan susurrando.
—¿Sí? ¿Cómo?
—Pues muy fácil, te tumbas en el suelo y mueves los brazos y las piernas. —La pequeña ha vuelto a alzar la voz y levanta las cejas repetidas veces mirando a Juan.
—¿Ángeles en la nieve? No me extraña que estés empapado. Anda, cámbiate —dice la mujer alargándole la ropa al muchacho.
—Pues me lo he pasado muy bien. Tenías que haber bajado, Julia, te habrías divertido.
—A mí no me gusta la nieve, está fría y además moja. Mira cómo te has puesto —al decirlo, Julia se hizo un ovillo, como si el frío que debiera sentir Juan lo estuviera pasando ella.
sábado, 2 de junio de 2012
Vagón 5. Despertar
El hombre lleva una gorra gris, de visera, como las que usan los revisores de los trenes... Mi mente trabaja a marchas forzadas, tratando de ubicarme en el espacio y en el tiempo. ¿Estoy vivo? ¿Cómo es posible? Me vi, cayendo sobre las vías, justo cuando el tren asomaba del túnel...
El hombre busca en mi pecho. Está tratando de desprender las correas del paracaídas. Miro alrededor, y poco a poco voy comprendiendo. El hombre es el revisor del tren. Ha retirado la lona azul del paracaídas, que había caído sobre mí, cubriéndome totalmente. He aterrizado en uno de los balcones esquineros, debe ser un vagón de lujo. Mi cabeza golpeó, seguramente, contra la barandilla, que ha quedado bastante torcida.
El revisor ha logrado quitarme el arnés, y puedo respirar con libertad, pero el dolor agudo en la nuca vuelve, y otra vez todo es silencio y oscuridad...
El hombre busca en mi pecho. Está tratando de desprender las correas del paracaídas. Miro alrededor, y poco a poco voy comprendiendo. El hombre es el revisor del tren. Ha retirado la lona azul del paracaídas, que había caído sobre mí, cubriéndome totalmente. He aterrizado en uno de los balcones esquineros, debe ser un vagón de lujo. Mi cabeza golpeó, seguramente, contra la barandilla, que ha quedado bastante torcida.
El revisor ha logrado quitarme el arnés, y puedo respirar con libertad, pero el dolor agudo en la nuca vuelve, y otra vez todo es silencio y oscuridad...
viernes, 1 de junio de 2012
Vagón 18. De hambre y frío
Antonieta se fue como vino… insensata, indispuesta, adentrada en su propia cárcel. Se fue como vino, habiendo descubierto que lo que más buscaba no habría de tenerlo jamás.
El demonio estaba aburrido. Miraba a Camila de reojo, sin siquiera ganas de desnudarla en pensamientos. Se había acomodado la corbata y acomodado el pelo revuelto e ignoraba exitosamente el palabrerío de Camila que desde hacía buen rato se concentraba en las calamidades de quien no siente.
- ¿Ahora a tí qué te pasa? –le preguntó Camilia, cuando notó la indiferencia.
- Nada. Déjame descansar. Vete a dar una vuelta por los vagones. Me enfadas.
Camila se levantó entre ofendida y divertida y se le paró en frente:
- ¿Qué? ¿Te arde el hecho de que la despabilada ésa no hubiera podido sentir ni contigo? No tienes la culpa. Viene llena de pájaros en la cabeza y nomás no se puede concentrar.
- Yo no me detengo en esas tonterías. –El demonio estaba tratando de no levantar la voz, para evitar que a la vez se soltara una tormenta.
- Cuéntame, ¿qué tienes?
El demonio miró a través de los cristales sucios. Cerró los ojos y recordó. Esa nostalgia, tan pesada y a la vez tan reconfortante, tan llena de luz. Daría cualquier cosa por volver a sentir la luz. Antonieta lo había arruinado todo. Todo. Estaba convencido cada vez más de que lo que le molestaba de ella era su incapacidad de querer encontrar lo que buscaba. Seguir vagando en el mundo, en los tiempos y las dimensiones, sin volver a ser. ¿Cómo entender tal desvarío?
Camila regresó a los minutos.
- Parece que algo anda mal en el tren. He escuchado en el baño a unas personas decir que se están terminando los víveres. ¿Tal vez por éso no nos movemos? ¿Te has dado cuenta de que no nos movemos? –había un poco de pánico en su voz.
- No me importa. No me incomodes. La que se muere de hambre eres tú a fin de cuentas.
- ¿Tan poco te importo?
- Sólo estoy aquí porque no tengo nada mejor que hacer. En vez de estar ahí parada, ven y siéntate en mis piernas. Quiero sentir tu calor.
- Bueno, pero despacito cuando me sientas, ¿sí? Con este frío no creo que esté muy dispuesta.
El demonio cerró los ojos. Si hubiera podido, hubiese llorado.
El demonio estaba aburrido. Miraba a Camila de reojo, sin siquiera ganas de desnudarla en pensamientos. Se había acomodado la corbata y acomodado el pelo revuelto e ignoraba exitosamente el palabrerío de Camila que desde hacía buen rato se concentraba en las calamidades de quien no siente.
- ¿Ahora a tí qué te pasa? –le preguntó Camilia, cuando notó la indiferencia.
- Nada. Déjame descansar. Vete a dar una vuelta por los vagones. Me enfadas.
Camila se levantó entre ofendida y divertida y se le paró en frente:
- ¿Qué? ¿Te arde el hecho de que la despabilada ésa no hubiera podido sentir ni contigo? No tienes la culpa. Viene llena de pájaros en la cabeza y nomás no se puede concentrar.
- Yo no me detengo en esas tonterías. –El demonio estaba tratando de no levantar la voz, para evitar que a la vez se soltara una tormenta.
- Cuéntame, ¿qué tienes?
El demonio miró a través de los cristales sucios. Cerró los ojos y recordó. Esa nostalgia, tan pesada y a la vez tan reconfortante, tan llena de luz. Daría cualquier cosa por volver a sentir la luz. Antonieta lo había arruinado todo. Todo. Estaba convencido cada vez más de que lo que le molestaba de ella era su incapacidad de querer encontrar lo que buscaba. Seguir vagando en el mundo, en los tiempos y las dimensiones, sin volver a ser. ¿Cómo entender tal desvarío?
Camila regresó a los minutos.
- Parece que algo anda mal en el tren. He escuchado en el baño a unas personas decir que se están terminando los víveres. ¿Tal vez por éso no nos movemos? ¿Te has dado cuenta de que no nos movemos? –había un poco de pánico en su voz.
- No me importa. No me incomodes. La que se muere de hambre eres tú a fin de cuentas.
- ¿Tan poco te importo?
- Sólo estoy aquí porque no tengo nada mejor que hacer. En vez de estar ahí parada, ven y siéntate en mis piernas. Quiero sentir tu calor.
- Bueno, pero despacito cuando me sientas, ¿sí? Con este frío no creo que esté muy dispuesta.
El demonio cerró los ojos. Si hubiera podido, hubiese llorado.
jueves, 31 de mayo de 2012
Vagón 37. Encadenando
La mujer de los juegos ha vuelto al vagón. Le pregunto que si ya han hablado con el padre de Juan y me dice que no con la cabeza. Sonríe. Está contenta.
—¿Y Juan?
Me dice que se ha quedado fuera jugando con otros niños. Si quiero, me puedo bajar con ellos, están haciendo un muñeco de nieve. Pero no quiero. Estoy enfadada con Juan por haber puesto triste a la mujer de los juegos. Bueno, ya no estoy enfadada porque ella está contenta.
—No hay ningún teléfono cerca —me explica—. Pero ya han subido comida al tren. Se acabó la coliflor hervida. —Vuelve a sonreír. Está muy contenta.
—¿Jugamos a las palabras encadenadas? —Me gusta mucho ese juego. Nos reímos mucho cuando nos atascamos y nos inventamos palabras que no existen.
—Si quieres… Empieza tú.
—Caracola.
—Lavandera.
—Ra… rábano. ¿Cómo te llamas?
—¿Y Juan?
Me dice que se ha quedado fuera jugando con otros niños. Si quiero, me puedo bajar con ellos, están haciendo un muñeco de nieve. Pero no quiero. Estoy enfadada con Juan por haber puesto triste a la mujer de los juegos. Bueno, ya no estoy enfadada porque ella está contenta.
—No hay ningún teléfono cerca —me explica—. Pero ya han subido comida al tren. Se acabó la coliflor hervida. —Vuelve a sonreír. Está muy contenta.
—¿Jugamos a las palabras encadenadas? —Me gusta mucho ese juego. Nos reímos mucho cuando nos atascamos y nos inventamos palabras que no existen.
—Si quieres… Empieza tú.
—Caracola.
—Lavandera.
—Ra… rábano. ¿Cómo te llamas?
martes, 29 de mayo de 2012
Vagón 42. Recuperando el tiempo perdido
Marta y Ester están desnudas y llevan rato mirándose el cuerpo y acariciándoselo. Marta se da la vuelta y Ester le pasa la mano por la espalda. Luego Marta se pone a los pies de Ester y se los acaricia. Se están resarciendo de los días de racionamiento en que hasta las miradas y las voces se reprimían. Había sido idea de Marta:
-Lo vamos a hacer como yo diga, sin emocionarnos mucho, sin gritar y sin movernos como locas. Cuantas más calorías ahorremos, mejor. Ah, y tú te quitas sólo la falda y yo me quito sólo el pantalón.
Ester se había quedado mirándola como pensando que se había vuelto loca:
-Pero si siempre lo hemos hecho desnuditas del todo…
-Pues mientras dure el racionamiento, no. Por lo que he dicho de no emocionarnos, que si te veo los pelillos, los pezones, el ombligo o los pies me entra un no sé qué que empiezo a morderte y se me van todas las energías.
-¿Si me ves los pies también?
-Pues claro, que los tienes muy bonitos.
Por eso llevan rato con la mirada de la una paseando por el cuerpo de la otra, porque ahora ya no hay barreras. O se miran a los ojos en actitud desafiante a ver cuál de las dos va a ser capaz de provocar más placer en la otra. Por fin Marta se sube al cuerpo de Ester, Ester se aferra a ella con los brazos y las piernas y empieza a moverse para frotar su cuerpo contra el de Marta. Marta le da un beso dulce y, al acabar, le dice en voz baja al oído:
-¿Y esa chupadita que me has prometido?
-Pues ya te estás poniendo contra la ventanilla.
-Lo vamos a hacer como yo diga, sin emocionarnos mucho, sin gritar y sin movernos como locas. Cuantas más calorías ahorremos, mejor. Ah, y tú te quitas sólo la falda y yo me quito sólo el pantalón.
Ester se había quedado mirándola como pensando que se había vuelto loca:
-Pero si siempre lo hemos hecho desnuditas del todo…
-Pues mientras dure el racionamiento, no. Por lo que he dicho de no emocionarnos, que si te veo los pelillos, los pezones, el ombligo o los pies me entra un no sé qué que empiezo a morderte y se me van todas las energías.
-¿Si me ves los pies también?
-Pues claro, que los tienes muy bonitos.
Por eso llevan rato con la mirada de la una paseando por el cuerpo de la otra, porque ahora ya no hay barreras. O se miran a los ojos en actitud desafiante a ver cuál de las dos va a ser capaz de provocar más placer en la otra. Por fin Marta se sube al cuerpo de Ester, Ester se aferra a ella con los brazos y las piernas y empieza a moverse para frotar su cuerpo contra el de Marta. Marta le da un beso dulce y, al acabar, le dice en voz baja al oído:
-¿Y esa chupadita que me has prometido?
-Pues ya te estás poniendo contra la ventanilla.
domingo, 27 de mayo de 2012
Vagón 72. Adrián (3)
Sentado en una roca a unos metros del convoy, Adrián siente el viento y cómo éste le desordena el pelo. Siente el sol que calienta su rostro y todo su cuerpo. Siente el frío vigorizante que eriza el vello de sus brazos descubiertos. Pero nadie sería capaz de apreciar ninguno de estos detalles.
El convoy paró hace unos minutos y, siguiendo las indicaciones del médico, el maquinista reposa tumbado en la nieve, por fin tranquilo, libre de espasmos. Mientras, algunos pasajeros se han acercado a la única construcción que se divisa en el horizonte. Suponen que será una granja y albergan la esperanza de encontrar suministros …
Nadie reprocha a Adrián que dejara el estuche encima de su asiento y se alejara unos pasos, en lugar de acompañar a los expedicionarios o de ayudar al médico y la camarera con el maquinista. Ni una mala mirada, ni un comentario susurrado a sus espaldas.
Y nadie se le acerca, nadie hace ruido alguno, mientras acaricia el violín y construye esa melodía hechizada, temerosos de romper el embrujo, ansiosos de escuchar más y rogando no termine nunca ese momento.
Adrián toca. Toca como siempre lo ha hecho. Siendo uno con la música, fundiéndose con el violín, dando gracias.
Y con una gran sonrisa en su sereno rostro.
El convoy paró hace unos minutos y, siguiendo las indicaciones del médico, el maquinista reposa tumbado en la nieve, por fin tranquilo, libre de espasmos. Mientras, algunos pasajeros se han acercado a la única construcción que se divisa en el horizonte. Suponen que será una granja y albergan la esperanza de encontrar suministros …
Nadie reprocha a Adrián que dejara el estuche encima de su asiento y se alejara unos pasos, en lugar de acompañar a los expedicionarios o de ayudar al médico y la camarera con el maquinista. Ni una mala mirada, ni un comentario susurrado a sus espaldas.
Y nadie se le acerca, nadie hace ruido alguno, mientras acaricia el violín y construye esa melodía hechizada, temerosos de romper el embrujo, ansiosos de escuchar más y rogando no termine nunca ese momento.
Adrián toca. Toca como siempre lo ha hecho. Siendo uno con la música, fundiéndose con el violín, dando gracias.
Y con una gran sonrisa en su sereno rostro.
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