Jamás pensé que fuera posible el milagro de encontrarme con ella en el tren. Pensaba que habría muerto o se habría casado. Pero no, ahí está, comiéndose un sandwich y bebiendo coca-cola. Sería ingenuo por mi parte pensar que ella me reconocería aunque hubiera reparado en mí. Han pasado tantos años y, sobre todo, la certeza de que nuestra relación no fue como para recordar. Sin embargo está aquí, cómodamente sentada, mirando por la ventanilla, absorta en su sandwich y en el paisaje.
Cuando termina de comer, enciende un cigarrillo y mira por todo el vagón como buscándome. Yo para entonces ya me he escondido detrás de un periódico de hace tres semanas. Me daría mucha vergüenza que me reconociera y verme obligado a recordar todo lo que hicimos (y lo que no) cuando teníamos sólo 16 ó 17 años. Joder, éramos unos críos.
Dos cigarrillos más tarde, desde mi periódico caducado, la miro alejarse hacia la cola del convoy. Me pregunto en qué vagón estará ella.
miércoles, 30 de noviembre de 2011
sábado, 26 de noviembre de 2011
Locomotora. Las mantas
El tren viaja a una velocidad media de 78 km/h. La última parada se hizo hace unos días para reponer al convoy de comida, agua y otras necesidades ineludibles. También se consiguió cargar un cajón con mantas, que deberán ser suficientes para todos los viajeros. El invierno se acerca y por las tierras en las que nos adentramos va a hacer frío, mucho frío. El maquinista dice que a él no le hacen falta mantas, que en la locomotora hace un calor insoportable. Pero en los vagones no podrán decir lo mismo. Necesitábamos esas mantas.
miércoles, 23 de noviembre de 2011
Vagón 21. Dibujo

El vagón, como veis, es muy amplio y eso se agradece. No hay motivo para sentirse asfixiado por un reposabrazos que siempre está demasiado cerca, ni por asientos demasiado duros y estrechos. Hay mucha luz dentro, con lámparas a lo largo de todo el vagón. De noche apagan todas excepto las de los extremos, al lado de las puertas. Podría ser otro vagón distinto, peor, pero lo cierto es que no nos podemos quejar. El revisor siempre dice que los que viajamos aquí somos unos privilegiados. Como si él hubiera visto alguna vez en su vida otro tren que no fuera este.
Paramos en la última estación hace al menos dos días. A través de las cortinas pudimos entrever que era terriblemente vieja, herrumbrosa, como si ya nadie quisiera usarla, como si ya nadie quisiera subir a este tren ni a ningún tren, como si evitarlo fuera posible.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)