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domingo, 27 de mayo de 2012

Vagón 72. Adrián (3)

Sentado en una roca a unos metros del convoy, Adrián siente el viento y cómo éste le desordena el pelo. Siente el sol que calienta su rostro y todo su cuerpo. Siente el frío vigorizante que eriza el vello de sus brazos descubiertos. Pero nadie sería capaz de apreciar ninguno de estos detalles.

El convoy paró hace unos minutos y, siguiendo las indicaciones del médico, el maquinista reposa tumbado en la nieve, por fin tranquilo, libre de espasmos. Mientras, algunos pasajeros se han acercado a la única construcción que se divisa en el horizonte. Suponen que será una granja y albergan la esperanza de encontrar suministros …

Nadie reprocha a Adrián que dejara el estuche encima de su asiento y se alejara unos pasos, en lugar de acompañar a los expedicionarios o de ayudar al médico y la camarera con el maquinista. Ni una mala mirada, ni un comentario susurrado a sus espaldas.

Y nadie se le acerca, nadie hace ruido alguno, mientras acaricia el violín y construye esa melodía hechizada, temerosos de romper el embrujo, ansiosos de escuchar más y rogando no termine nunca ese momento.

Adrián toca. Toca como siempre lo ha hecho. Siendo uno con la música, fundiéndose con el violín, dando gracias.

Y con una gran sonrisa en su sereno rostro.

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