La mujer separó la ropa que le valía a los niños del resto. Estaba satisfecha, todo era nuevo y de buena calidad, “para ir de boda” pensó.
Llamó al mozo y le entregó la caja en la que había guardado debidamente dobladas todas las prendas que no le servían.
—Todo esto no le vale a los niños. Por favor, devuélvaselo al señor y dele las gracias de mi parte. He hecho una lista con lo que me he quedado, es ésta —dándosela al mozo—, pregúntele cuánto le debo y si nos vemos en el vagón restaurante, dentro de una hora, para pagarle.
—Me dijo que se quedara con todo y que no quería nada a cambio, que ya no necesitaría el muestrario nunca más.
—Oh… Pero es una pena que toda esta ropa se desaproveche y a los niños no les sirve…
—Puedo llevarla al vagón 4, si no le parece mal, seguro que allí le viene bien a alguien.
—¿El vagón 4? ¿No es un vagón de carga?
—No. Viaja gente allí.
—Bien, llévela allí si quiere. Gracias.
La mujer cerró la puerta y se quedó mirando a los niños. Julia estaba feliz con su nuevo vestuario, Juan no dejaba de reír viendo a la pequeña girar sin parar.
Todo estaba saliendo bien, el tren era el refugio perfecto.
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