La única persona que sí va sentada es una anciana. Está sentada en una silla de madera, de ésas de los tablaos flamencos. La anciana ya estaba ahí cuando Ernesto llegó, fuera cuando fuere esto. Y ya estaba tejiendo. La anciana tejeuna especie de bufanda, pensó Ernesto en un principio. Aunque ahora, pasado el tiempo, según algunos pasajeros han ido bajando y otros subiendo, Ernesto ha podido acercarsey fijarse mejor. Lo que teje la anciana es más bien una gran colcha. De lana. De muchos colores. Con muchos tipos de hebras. Con muchos tipos de puntadas dispares. Un caos de color, forma y textura. La anciana teje a una velocidad endiablada. A pesar de su edad, que debe ser mucha. A pesar de lo poco que debe ver con la poca luz que hay en el tren. De vez en cuando saca un nuevo hilo de debajo de la labor, Ernesto supone que ahí guardará una caja, y lo agrega sin más en la siguiente puntada.A veces saca unas tijeras y corta una de las hebras, Ernesto supone que ya no le hace falta, y guarda lo que quedara de ella debajo de la labor. Pero por más que observándola parezca tener lógica lo que hace, el resultado que mana de sus manos, cubriendo sus piernas y gran parte del suelo llegando al punto de ser pisoteado por los viajeros, sigue sin tener sentido para Ernesto. Ni para ninguno de sus compañeros de vagón, a juzgar por las expresiones de alguno de ellos.
Sí, definitivamente, este vagón 4 es diferente a cualquier vagón otro en el que Ernesto haya viajado. Pero, al menos, está bien climatizado. El exceso de humanidad no produce, como en otras ocasiones pudo comprobar Ernesto, un exceso de calor. Ni el frío que hiela el paisaje exterior parece penetrar en el vagón 4. Ernesto vuelve a echar mano del billete, comprueba que está en el vagón correcto con un vistazo rápido al cartel que hay sobre la puerta de delante. Vuelve a poner al trasluz el folio por si se dejara leer el destino que no termina de recordar. Vuelve a no ver nada. Vuelve a lamentar que la luz sea tan tenue. Vuelve a dejarel billete en bolsillo de atrás. Vuelve a suponer que ya se acordará. Vuelve a dejarse hipnotizar por el movimiento de manos de la anciana que sigue tejiendo. Ernesto, deja un momento de mirar sus manos para fijarse en su cara. Vaya. Resulta que el caos del tejido tiene una causa. Ernesto sonríe tiernamente al descubrir la ceguera de la anciana.
2 comentarios:
Me ha gustado cómo has desarrollado el texto. Me encantó.
Nos leemos!
Gracias, Debi. Nos alegra que te haya gustado.
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