Entra en un vagón

viernes, 30 de marzo de 2012

Vagón 72. Ángel (1)

El libro descansaba en sus rodillas, abierto por la misma página desde hacía más de media hora. Su vista volvía a posarse sobre el mismo párrafo después de haber vagado hasta la figura de aquel chico, una y otra vez.

No podía evitarlo.

“El joven del violín”. Así le había bautizado (“¡ay! ¡¡¡Mi niño, pero qué grasioso es, qué imaginasión!!!”, hubiera dicho su madre, mientras su hermano le hubiera hecho burlas sin parar, llamándole nenaza). Claro, desconocía su nombre. No hacía ni dos días que había subido al vagón y su timidez congénita le impedía acercarse a él, así que, para Ángel, aquel chico de mirada cálida, permanente sonrisa y aura melancólica era “el joven del violín”.

¿Cuál era su historia? ¿Cómo había llegado al tren? ¿Por qué había subido a ese vagón? ¿Por qué no se separaba de su violín? Todas estas preguntas y muchas otras giraban en su cabeza.

¿Así cómo iba a centrarse en la lectura?

miércoles, 28 de marzo de 2012

Vagón 42. El mundo dentro del mundo

Marta sigue sentada junto a la ventanilla y Ester sigue sentada sobre ella. Marta está acariciando a Ester mientras Ester se va a meciendo a un lado y al otro y rozando con la espalda los pezones de Marta. Marta para un momento, se coge el cabello, se separa en dos la melena y deja caer cada mitad por encima de los hombros de Ester hasta cubrirle los pechos. Y Marta dice:

-Porque si hay alguien fuera yo tampoco quiero que te vea desnuda.

Luego sigue acariciando a Ester mientras Ester sigue moviéndose. De repente, entran en un túnel y, al cabo de un momento, Marta se queda parada y dice:

-Pues si en el furgón de cola hay una maqueta de tren eléctrico…

-Bueno, también dicen otra cosa, que dentro hay gente jugando una partida de dominó que empezó el día que salió este tren, pero no sé de nadie, ni siquiera el revisor, que sepa ni cuándo ni de dónde salió. Ese vagón, el 89, es muy misterioso y me parece que por eso este tren se llama el Convoy89.

Marta insiste:

-Pero si hay una maqueta de tren eléctrico que es como este mundo en miniatura, si vamos y miramos habrá un tren como éste y, en el vagón 42, dos figuritas como nosotras. Podríamos ir a espiarlas para ver si lo hacen mejor que tú y yo.

Entonces Ester se queda pensando y dice:

-Pero nadie tiene la llave del vagón. Además, si fuéramos a mirar qué hacen las figuritas que son como nosotras, como su mundo es igual que éste en pequeño, ellas estarían haciendo lo mismo que tú y yo, mirando en su furgón de cola qué hacen otras figuritas aún más pequeñas y también como nosotras.

Marta se queda pensando un rato largo y acaba por decir:

-¿Sabes qué? Que lo mejor es que sigamos por donde íbamos.

Ester vuelve a mover la espalda para rozar los pezones de Marta y Marta sigue acariciando suavemente y muy despacio a Ester. Al cabo de otro rato, como Ester ni suspira ni dice esos ay, ay, ay que tanto le gustan a Marta, Marta le pregunta:

-¿Te gusta lo que te hago?

lunes, 26 de marzo de 2012

Vagón 73. Preguntas

Me gustaría saber qué hora es. Ni siquiera tengo una noción muy clara de que día es hoy. Es como si toda mi vida anterior se hubiera borrado de un plumazo. Me vienen a la cabeza fragmentos inconexos de gente esperando en el andén la llegada de un tren de alta velocidad.

Dos niños pasan corriendo por el pasillo del vagón, llevan atacado un globo azul, se les ve felices. Mi compañero de asiento me mira sonriente. Parece encantado de haberse conocido. Hay una regla no escrita que dice que todos los gordos deben ser alegres.

- ¿Me podrías decir que hora es, por favor?

- Creo que eso no te va a servir de mucho aquí, muchacho.

Su respuesta me ha dejado desconcertado. Puede que el tiempo no sea importante para él, pero yo necesito saber si es de día o es de noche o no podré quitarme de encima esta sensación de jet lag. Pero no es solamente el tiempo lo que me preocupa, hay algo más que he querido evitar desde que desperté de mi sueño, algo que temo preguntar.

- Le importaría decirme quién soy yo.

sábado, 24 de marzo de 2012

Vagón 43. Voy

Los árboles, los postes de la luz y las casitas de tejados rojos se escapaban veloces, no se sabe adónde. En medio del verde brillante, las vacas pacían serenamente sin levantar la cabeza, acostumbradas como estaban al ruido del tren que pasaba por allí cada poco tiempo. La música dulce sonaba por el altavoz del departamento y llenaba el aire de nostalgia. La vida se había detenido un instante en medio de la nada y el todo del espíritu relajado, ausente de lo que inquietara el alma.

Sentado en la red portamaletas el niño me miraba sonriente, tenía en su boca una sonrisa angelical y sus ojos eran trasparentes como aguamarinas de primerísima calidad. Yo lo miraba desde abajo, desde mi asiento. Aquel niño me recordaba a alguien, pero no sabía cómo había podido entrar en mi vagón, ni qué hacía allí arriba mirándome. Me puse en pie de un salto, deseaba tomarle en mis brazos y acariciar su pelo. Pero, ya no estaba. Había desaparecido dejando en mí una especie de pena inmensa. Volví a sentarme y apareció de nuevo.

—Es en Italia —me dijo sonriente—, te esperan.

Cuando abrí los ojos, el tren estaba saliendo de un túnel, al fondo se divisaba un ojo de luz que se aproximaba, que parecía absorbernos.

—Voy —le dije

Pero él ya no estaba.

jueves, 22 de marzo de 2012

Vagón 37. Y ocho veinticuatro, y ocho treinta y dos…

—¿Quién era ése? —preguntó Juan sin estar seguro de haber visto lo que había visto.

—No lo sé —respondió la mujer de los juegos que se había quedado paralizada con una estrella de papel en la mano.

—Yo me sé esa canción, mira: Tengo una muñeca vestida de azul, con su camisita y su canesú, la saqué… —empezó a entonar la pequeña Julia.

La mujer de los juegos consiguió al fin moverse. Se dirigió al extremo del departamento por el que había salido aquel hombre semidesnudo que corría cantando aquella canción a gritos. Pudo verlo alejarse del mismo modo que lo había hecho en su vagón.

—Ni idea, chicos —dijo encogiendo los hombros—. ¿Algún pasajero que tenía calor y prisa?

En ese momento el revisor también irrumpió en el vagón corriendo y buscando con la mirada a su alrededor.

—¿Han visto al maquinista?

—¿En calzoncillos, corriendo y cantando? —preguntó Juan para asegurarse de que hablaban de la misma persona.

—Sí.

Los tres señalaron la dirección que había tomado.

—Yo también me sé esa canción, mira: Tengo una muñeca vestida de azul, con su camisita y su canesú, la saqué a paseo…

El revisor no se detuvo a escuchar a la pequeña Julia. Apresuradamente siguió la dirección que le habían indicado.

—Y yo. ¿Tú te la sabes, Juan?

—Claro.

La mujer y el chico se unieron al canto de la niña mientras continuaban quitando estrellas de la ventana.

—Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho y ocho dieciséis… 

miércoles, 21 de marzo de 2012

Vagón 21. El limbo

Juraría que el tren volaba, pero seguramente ha sido un puente, elevándonos sobre el abismo del infierno. La niebla nos ha cubierto durante unos segundos y he sentido un vértigo mortal apaleándose los intestinos. 

No puedo apartarme de las visiones de Elisa. Está sin estar. Me persigue como un alma del limbo por los vagones, inmaculada, sí, pero sin oportunidad de redimirse. Huí como huiría el diablo y ahora me pide explicaciones, en una playa vacía. Oigo el mar cerca, o puede que sean ondas de radio. No puedo moverme. Sé que estoy en el tren, pero el tren ya no está en la tierra.

No sé cuanto tiempo. Unos rayos intermitentes de sol me han herido las pupilas y me he sentido regresar. Por la ventana veo árboles haciendo repiquetear la luz en los ojos. Elisa en el limbo y yo en este tren que no va a ninguna parte.

martes, 20 de marzo de 2012

Vagón 44. Con los ojos cerrados

Me duele. Y hace frío. Y estoy sola. La niña que se sentaba al final del vagón me ha cedido su manta y ahora vive más cerca, pero no lo suficiente. He oído ruidos en el pasillo. El revisor hablaba con alguien, me ha parecido que con un hombre. No me gusta que haya hombres en mi vagón. Por mucho que me esfuerce siempre me dan problemas. Un doctor, un revisor... seguro que un maquinista. Muchos más hombres de los que me gustaría.

Hace unas horas he estado a punto de abrir los ojos. Por eso he hecho el esfuerzo de ponerme una compresa helada sobre los párpados. Ahora la niña pensará que me he puesto peor. Oigo sus pasitos leves cuando se para a observarme a través del cristal de mi puerta. Se asustará, pero no se atreverá a entrar.

Y me duele tanto…

lunes, 19 de marzo de 2012

Locomotora. Sanguijuelas

Hemos atado al maquinista a unos tubos de cobre, al fondo de la locomotora. Incluso la tímida camarera ha venido desde el vagón restaurante para ayudarnos a ajustarle las correas.

Todavía no sé que le ocurre a este hombre sucio y febril. Le he administrado láudano y ahora en lugar de cantar, balbucea. Si tuviera, como antes tenía, mis escáneres, mis placas, mis tacs, mis ecografías… podría hacerle más pruebas, por si fuera algo neurológico. Ni siquiera puedo hacerle un miserable análisis de sangre.

–Doctor, aquí en este armario guardamos algo de material sanitario.

–A ver, muéstreme.

El revisor se ha limitado a sacar de uno de los armarios un bote con sanguijuelas y unos rollos de esparadrapo.

–Pero… ¿qué pretende que haga con eso, hombre de dios?

–No sé. Mi trabajo es sellar billetes. Como mucho puedo dedicarme a la intendencia, como requieren las circunstancias. Pero las cuestiones médicas son cosa suya… Esto es lo que tenemos.
Resignado, me vuelvo hacia el maquinista. Cuando ha echado el ojo al bote de sanguijuelas arremolinadas se ha puesto a cantar "al pasar la barca me dijo el barquero". Me pregunto qué lógica sigue ahora la cabeza del hombre que hacía funcionar este tren.

–Si pudiéramos sacarlo a la nieve, seguro que le bajaría la fiebre…

domingo, 18 de marzo de 2012

Vagón 42. Misterios

Marta y Ester descansan tumbadas tal como las acaba de ver el abuelo. Desnudas y mirándose a los ojos. Luego se incorporan y, mientras Marta recoge las mantas, Ester separa hacia atrás los asientos para reconvertir la cama en un compartimento de seis plazas. Marta se sienta junto a la ventanilla de espaldas a la máquina y Ester se sienta encima dándole la espalda y enroscando sus piernas con las de ella. Juntan las mejillas y contemplan el paisaje calladas. Sigue nevando.

El tren traza una curva de radio muy amplio y entonces Marta dice:

-¡Qué raro! Ayer me fijé en que el último vagón era muy moderno y ahora veo que al final de todo hay un furgón de cola antiguo. Y desde ayer no hemos parado.

Y Ester contesta:

-Porque en este tren pasan cosas muy raras. Dicen que a veces unos vagones del tren entran en un túnel y los otros no.

-Pues eso es imposible.

-Tan imposible como ese furgón de cola que aparece y desaparece. Y siempre está cerrado. Dicen que dentro hay un niño que juega con su abuelo con una maqueta de tren eléctrico que es una copia en miniatura de este mundo en que nos movemos nosotras.

-¡Qué raro es todo!

Y Ester dice:

-Pero nosotras vamos a lo nuestro, ¿o no?

Entonces, desde encima de Marta, tuerce el cuello y le busca los labios. Luego dice:

-¿Me tocas un poquito?

-Bueno.

-Pero sólo un poquito. 

sábado, 17 de marzo de 2012

Vagón 37. Nada que deba preocuparme

¿Se puede saber qué pasa? No he dejado de preguntármelo desde que se lo dije a los niños en el vagón restaurante. Los niños discutían por cosas de chicos, nada que deba preocuparme. Pero… ¿se puede saber qué pasa?

Mirando por la ventana he notado algo raro en el horizonte, como si no existiera, como si el paisaje tuviera un fin. Y he sentido una presencia. Me debo de estar volviendo loca.

Al menos en nuestro vagón vuelve a ser de día. No sé cómo ha vuelto la luz. Cuando hemos regresado todo estaba en orden. Quitaremos las estrellas de las ventanas y después las abriremos para que también entre el aire fresco, ¿o será demasiado frío para los niños?

Me parece que el tren avanza cada vez más deprisa. Y el horizonte…

¿Se puede saber qué pasa?

viernes, 16 de marzo de 2012

Vagón 72. Miguel (1)

Por más empeño que pusiera no conseguía dormir. A pesar del cansancio. A pesar del agotamiento físico. Cerrar los ojos, apartar los pensamientos, dejar la mente en blanco … cualquier cosa que intentara solo conseguía empeorarlo.

Sí, la noche iba a ser horrible, como todas las noches, por otra parte.

Es curioso, hay gente a la que el monótono ruido del tren, los susurros de los compañeros de viaje, las respiraciones acompasadas y todo lo demás, llega a inducirles ese adormecimiento previo al sueño.

Pero a mí no, a mí me pone nervioso. 

jueves, 15 de marzo de 2012

Locomotora. Tengo una muñeca vestida de azul

El maquinista está peor. Sigue delirando y queriendo quitarse la ropa. Profiere obscenidades sin ton ni son, entre canciones infantiles. Ayer, en un descuido del doctor, huyó en calzoncillos de vagón en vagón, corriendo como un poseso y cantando el “tengo una muñeca vestida de azul”, a saber por qué. No le hemos alcanzado hasta el vagón restaurante. Estaba ya sin calzoncillos, delante de la pobre y abochornada camarera, bailando como una salchicha en un sartén. Había cambiado de canción. Ahora cantaba “el patio de mi casa”. Los clientes huían como de la peste.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Vagón 18. La nostalgia del tiempo

- ¿Cuántas horas han pasado? - preguntó Camila cuando abrió los ojos.

- El tiempo no ha pasado ni por ti ni por mí, Camila.

El demonio tenía espuma en la boca cuando le hablaba de las edades del tiempo. No le gustaba hablar de las dimensiones que lo llenaban de tristeza. La tristeza de quien está solo por propia voluntad y no se ha dado cuenta. La compañía del viajero que cuenta las vías y las va calculando para no sentir el peso del silencio. Le daba rabia… Tanta rabia que Camila pudiera dormir tan tranquila y aún le pareciera que pasaba el tiempo.

Ese viaje eterno, al que no llegaba ni se iba. El demonio suspiró y no encontró las palabras.

- Camilita, Camilita. Me cansas, de verdad. Siempre haciendo esas preguntas; jugando a ser inocente. A no saber.

El demonio casi silbando al son de la locomotora, con los ojos cerrados, acariciándose la barba revuelta y tan llena de Camila. Con la tristeza en las maletas tantas veces empacadas.

- No sé qué horas son, ni mucho me importa. Vuélvete a dormir… Yo te despierto cuando haya llegado el momento por el que estamos esperando.

martes, 13 de marzo de 2012

Vagón 73. Despertar

No se cuanto tiempo llevó dormido. Mi reloj esta parado en la 13:30. En el sueño del que acabó de despertar vagaba por un edificio abandonado. Todo estaba intacto, sin embargo, si alguna vez hubo alguien tuvo que salir muy deprisa. El tiempo se había parado como si se hubiera pulsado la tecla de pause de un dvd. A lo mejor todavía estoy soñando, pero el escenario ha cambiado. Ahora estoy en un tren, eso es evidente, pero no recuerdo haberme subido en él. Registro mis bolsillos buscando un billete que me diga a donde me dirijo. No encuentro nada, solamente mi cartera con apenas 50 euros y mis tarjetas de crédito. Enfrente de mí hay un hombre que no he visto nunca, pero en los sueños todo es posible. Miro por la ventanilla, es de noche, casi no se distingue nada. Examino lo que se puede ver. Segmentos de carretera entre árboles destrozados.

lunes, 12 de marzo de 2012

Vagón 42. El calcetín

El abuelo ha llegado a casa de mal humor. Porque su compañero de dominó le ha reñido. Y con razón: no tenía que haberse doblado al cuatro en aquel momento y facilitado el dómino a los contrarios. A partir de ese momento todo ha transcurrido según la vieja creencia entre jugadores de dominó: si uno de los dos compañeros que forman la pareja comete una quebrada, o sea un error, a partir de ahí las fichas se les pondrán en contra a los dos. Así ha sido: luego todo han sido dobles y fichas cruzadas.

Por eso intenta relajarse. Se sirve un lingotazo de whisky, entra en la habitación del nieto y se sienta frente a la maqueta del tren eléctrico. Mira el discurrir de los trenes pensando en Marta: duda si encender el ordenador para buscar la cámara de su compartimento y comprobar lo que hace. No quiere interferir en su intimidad si está enlazada con su compañera pero a la vez quiere saber que las dos están bien y felices.

De momento se limita a mirar la zona más alejada de la maqueta por donde corre el tren de Marta. Va contando los vagones para localizar su número, el 42, y se detiene ante algo raro que ve unos vagones más adelante, algo que cubre el vagón 37. ¿Eso no es un calcetín? Si será descuidado mi nieto… Va hacia esa zona de la maqueta, coge el calcetín sin detener el tren y lo lleva al lavadero, a la cesta de la ropa sucia.

Vuelve a la habitación del nieto y decide encender el ordenador. Busca el vagón y el compartimento de Marta, lo encuentra y mira. Ahí están las dos figuritas tumbadas de medio lado, desnudas, mirándose a los ojos y acariciándose las mejillas.

El abuelo apaga el ordenador y bebe otro trago de whisky.

domingo, 11 de marzo de 2012

Vagón 16. Obligatoria subida

¡Cómo lo echaba de menos!

Era como… una rotura muy dentro de su organismo, algo que no le dejaba vivir divisando su alrededor con tranquilidad y armonía… A las que, por regla general, estaba acostumbrado. Sentía continuamente náuseas, las típicas que te prohíben comer y desconcentrarte en múltiples tareas inacabadas, las dueñas de tu vida en incontrolables momentos, las que te indican: ¡Oiga, algo falla!

La continua lucha de negación ante lo que sentía le hacía cada día más monigote existencial. –Que no, que no y que no –se repetía–. Y el resultado fue un “que sí” devastador.

Reconocer que tu vida es cómodamente aburrida, carente de suspiros que recargan las ánimas, es el primer paso para iniciar el vuelo hacia una búsqueda sanadora.

Así, tras unos meses con sintomatología clave de incoherencia vital, Kuth cogió tres jerseys, tres calzoncillos, cinco camisetas, tres pares de calcetines finos, un pantalón y una chaqueta, y los introdujo en una vieja mochila roja. En menos de media hora se encontraría en el vagón 16. Por el momento no echaría de menos su Paz: su viaje. Siempre había estado enamorado de las vías. 


Se despidió de su vida, la que englobaba pérdidas gananciales e intrínsecas.

sábado, 10 de marzo de 2012

Vagón 42. Celos

Marta y Ester vuelven de desayunar, entran en su compartimento y Ester cierra la puerta. Se tumba y, cuando Marta se pone junto a ella, Ester, mirándola a los ojos, le dice:

-En el vagón restaurante hay un chico que te mira mucho.

-Sí, ya me he fijado.

-Como eres tan guapa y tienes un pelo tan bonito… Pero yo soy muy celosa y me entran ganas de arrancarle los ojos.

-Si yo sólo te quiero a ti.

-Bueno. Yo también te quiero mucho. Imagínate si te que quiero que, si ahora el tren se parara y nos bajáramos, fuera también te querría.

Marta se ríe y la besa. Luego, Ester sigue:

-Y si estuviéramos fuera del tren me gustaría que lloviera para oler la tierra mojada y andar las dos descalzas.

-O para tumbarnos en la playa y querernos quietas y con los ojos cerrados.

-Pero no te dejaría ponerte en top less.

Marta se vuelve a reír y la vuelve a besar:

-¿Y si nos metiéramos en el agua y nos alejáramos de la orilla?

-Entonces sería yo la que te quitara las dos piezas del bañador.

Marta se vuelve a reír y, antes de volverla a besar, dice:

-Pues eso.

Junta sus labios con los de Ester y empieza a desabrocharle la blusa.

viernes, 9 de marzo de 2012

Vagón 43. ¿Por qué?

Cuando ya habíamos recorrido unos cuantos kilómetros, me di cuenta de que aquello era una huida en toda regla. Miré hacia atrás, las fachadas blancas de las casas, reflejaban el sol y se iban alejando. Pasamos el primer túnel y salimos a la luz del día caminando hacia el oeste. No había nadie en el vagón. Elegí este tren precisamente porque, si lo deseas, puedes viajar en solitario y yo estaba encantada, si precisamente había emprendido este viaje era para estar sola.

Nacho me había pedido que lo dejara todo y Jaime que me iba a dejar si seguía con él. Yo estaba sorprendida porque jamás había pensado dejar nada por Nacho y me extrañaba mucho que Jaime me hablara de abandonarme, precisamente. «Habla conmigo, me pidió» y yo le conté que me acostaba con mi jefe de vez en cuando, que era un tío estupendo en la cama y me gustaba mucho. Me miraba con cara de asombro, aún me da la risa cuando lo pienso. «No sé de que te extrañas, querido —le dije alegremente—, estas cosas pasan y tú lo sabes bien» Pero no es porque él se distraiga, lo de mi jefe; la verdad es que no sé por qué. Me gusta, eso es todo y pensé que era la hora de darme el gusto.

Somos una pareja abierta, independiente. La verdad es que yo no era tan abierta, Jaime sí, él dice que los hombres son diferentes. ¡Ja! Que masculino es eso. Yo no había encontrado un hombre que mereciera la pena, quiero decir: otro. Algunos podrían haber sido suficiente tentación, pero la verdad no me gusta que me digan por dónde tengo que ir, ni cómo, ni cuándo. Tampoco quería una relación, ni nada semejante y yo no tenía nada que ocultar, pero ellos sí. Tampoco me gusta entrar en un bar y sentarme en el rincón más oscuro, o ver a mi chico a horas extrañas, cuando las calles están vacías. Si pensaba que podía gustarme lo suficiente como para repetir la salida y quien sabe si analizar sus cualidades físicas, les avisaba de que no me gusta jugar a la gallina ciega. Ellos sí se escondían: mi mujer, mi novia, mi madre… ¡por dios!

Con Nacho fue sencillo, ni siquiera lo pensé, solo pasó. Me gustaba como olía cuando se acercaba a mí para señalarme algo en el ordenador; también me gusta su buen gusto para todo. Un día me di cuenta de que sentirlo a mi espalda me producía un dulce cosquilleo. Entonces fue cuando lo miré como a un pájaro al que cazar. También cuando afilé mis armas para sitiar la fortaleza. La verdad es que no me hizo falta mucho. A ellos suele resultarles difícil dejar la manzana, cuando una mujer se la ofrece, y yo se la estaba poniendo en bandeja. Para qué perder el tiempo. Tampoco se lo puse fácil. Solo desperté su instinto y dejé que su imaginación trabajara para mí.

martes, 6 de marzo de 2012

Vagón Restaurante. Mirando

Este tren es muy divertido. Da un poco de miedo, pero seguro que todo es un juego. La mujer de los juegos es mágica y hace estas cosas: tan pronto es de día como de noche. Tengo hambre.

Aquí hay mucha gente. Las dos chicas que hemos visto antes acaban de entrar. Siempre se están riendo. Ahora creo que se ríen de ese chico que siempre lleva los ojos muy abiertos, como si se le hubiera perdido algo. Me va a entrar la risa, porque él no deja de mirarlas, creo que le gustan. Y a ellas les hace gracia su cara de asustado, seguro. Juan también las mira. Seguro que también le gustan. La mujer de los juegos no deja de mirar por la ventana. Parece preocupada, a lo mejor es que quería hacer un día menos soleado y no le ha salido. La noche en nuestro vagón le ha salido muy bien, era de oscura…

—Juan… ja,ja,ja. Te gustan esas chicas, ja, ja, ja.

Ya se ha enfadado. Es muy divertido cuando se enfada y no quiere que se le note. Se le juntan las cejas y la boca se le hace pequeñita.

—Tú eres tonta.

—Juan… no insultes.

La mujer de los juegos está rara. Parece como si no nos escuchara. Yo también he mirado por la ventana y no hay nada raro. Tengo hambre.

—Juan tiene novias, Juan tiene novias, Juan tiene novias…

—¡Mamá! Dile que deje de cantar eso. Julia, eres tonta.

—¿Se puede saber qué pasa?

sábado, 3 de marzo de 2012

Locomotora. Fiebres

El maquinista sufre unas extrañas fiebres. El doctor le ha desabrochado la camisa negruzca y le ha auscultado con calma, atento a los sonidos de sus entrañas. Empezó a delirar y a gritar obscenidades por la ventana de la locomotora. Mientras no se reponga no podremos parar en ninguna estación, porque sólo él sabe cómo funciona el tren. Estoy preocupado por los pasajeros. Más que por el tiempo. 

jueves, 1 de marzo de 2012

Vagón 21. Muñeco de nieve

No sé si la tormenta de nieve, que no deja ver el paisaje, se derrama dentro o fuera de mi vagón. Es como si mis pies tuvieran que enfrentarse a la resistencia blanca de montones de nieve que obstaculizaran el pasillo. Mis manos están frías de hacer bolas de nieve y tirarlas a contra las ventanillas, o contra las puertas, o contra mí mismo.

Aletargado por una tristeza infinita, me entrego con dedicación a confeccionar un muñeco de nieve, única compañía, hasta que llega el revisor y me mira con cara de pocos amigos. No hay nieve, aunque yo la siento en mis miembros anestesiados. Tampoco he visto entrar al revisor. Es rápido y silencioso, como una serpiente.

Lo más dignamente que puedo me levanto del suelo nevado y vuelvo a mi asiento. Allí, en mitad del pasillo, el cuerpo del muñeco ha empezado a derretirse.