Ester sigue sentada sobre Marta y meciéndose a derecha e izquierda para acariciarle con la espalda los pezones. Y Marta sigue jugando con la mano entre las piernas de Ester. Marta acaba de preguntarle a Ester si le gusta lo que le está haciendo:
–Mucho, muchísimo. Me gusta todo lo que hacemos siempre. Antes de que llegaras, los días que tenía ganas apagaba la luz, me escondía debajo de la manta, me ponía yo sola y en dos o tres minutitos estaba lista. Pero ahora contigo me gusta estar mucho rato porque me lo haces muy bien. Será por eso que tengo ganas siempre. O porque como eres tan guapa y tienes un pelo tan bonito…
–Pues no parece que te guste.
–¿Por qué, porque no me pongo ruidosa? Espera y verás cómo viene a reñirnos el revisor.
Pero Marta no espera. Ya conoce los resortes de Ester y sabe perfectamente cómo acelerarla. Por eso, al momento le hace perder el ritmo de su vaivén y la tiene moviéndose en desorden. Un poco más y ahí están todos los ay, ay, ay de Ester que, cuando recupera por un momento el habla, dice:
–¡Marta!
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